El poeta Patricio Flores Rivas nos entrega su quinto libro. Su escritura ha sido un viaje continuo. Por ello tal vez el único punto desde el cual se observa el viaje es el de la reflexión y del instante: «Esto (...) es apenas un vestigio, es, tan sólo, un charco que dibuja una famélica línea en la brisa salobre...» Y allí, entre rieles van quedando los días y sus proyecciones, «un amasijo de temor y pesares» desperdigados sobre los durmientes junto a los abandonados utensilios del hombre. ero del trayecto mismo apenas nos sucederá la memoria de aquel y, por condena, deberemos repetir el camino, reiniciarlo una y otra vez pues, tal como nos señala la imagen del poeta, no somos sino locomotoras atadas a la tornamesa.
No habrá otro destino sino el destino mismo escrito ya de antemano para el viajero. Y de aquel será el olvido la estación definitiva. Cada momento de lo y recorrido se sustentará apenas en ese instante dormido en viejas fotografías, en la transparencia de un negativo -por cierto inasible y desolado- o en el eco de una palabra o de un rostro alguna vez amado, ahora detenido en ese álbum «donde no hay ningún registro de tus pasos».
El viaje es ético. No se trata de llegar, sino de recorrerlo en su particular perfección.