Efraín Barquero postergado
La mesa de la tierra, de Efraín
Barquero, fue distinguida en 1999 con el Premio del Consejo del
Libro, anunciando la inminente y lógica concesión del próximo
Premio Nacional de Literatura al poeta del Maule. El volumen había
sido publicado el año anterior, por LOM, y distinguido de inmediato
con el Premio Municipal de Santiago. En consideración al rigor y a
la calidez de su obra, el jurado designado por el Consejo quiso así
homenajear en vida a un autor destacado en la Generación del 50 y al
grupo de intelectuales que la integraron. Y con ello -Delia
Domínguez, Jaime Quezada, Manuel Silva Acevedo, Cristián Vila
Riquelme y el profesor Iván Carrasco, de la Universidad Austral de
Chile- hacían un guiño a la memoria de Enrique Lihn y de Jorge
Teillier, quienes fallecieron sin alcanzar, por la conocida
ignorancia de quienes lo otorgar, el mayor galardón en nuestras
letras.
Sin embargo la historia volvió a
repetirse. Al año siguiente, y por la fuerte presión ejercida por
el entonces presidente de la República, Ricardo Lagos Escobar, el
premio fue intenpestivamente a pasar a manos de Raúl Zurita. Un
llamada desde La Moneda, a la Ministro de Educación, Mariana Alwin,
interrumpió la cesión y cambió el curso esperado. La intervención
fue tan evidente que uno de los jurados, el poeta Miguel Arteche, se
negó siquiera a firmar el acta.
Esa mañana me encontraba en Viña del
Mar dictando una charla a los estudiantes de Periodismo de la
Universidad Católica. Una alumna me consultó por de la decisión a
anunciarse al mediodía. Hablé sobre los candidatos, sus méritos,
sus producciones y concluí que el nombre más obvio habría de ser,
sin la menor duda, Efraín Barquero.
-¿Y Zurita? -Me preguntó la niña.
-¿Zurita? Que yo sepa no está
nominado.
-Sí, señor. Lo escuché mientras
desayunaba.
-Mire señorita -le respondí
sorprendido -nosotros podremos ser un país bananero; pero no somos
un paisito bananero. No creo que eso ocurra. Se trata de niveles muy
distintos. No; me parece muy difícil.
Tras la reunión llamé a casa desde un
teléfono público.
-¿Sabes a quien le dieron el Premio?
-Preguntó mi mujer.
-No. ¿Que ya lo anuciaron?
-A Raúl -afirmó -Me parece increíble.
La semana anterior había estado
almorzando en el departamento de los Barquero. Le reiteré a Efraín
mi vaticinio y ofrecí una botella de un muy buen vino para celebrar.
Elena, su eterna compañera, prepararía los porotos. No los vi por
un tiempo. Tras el anuncio oficial se produjo un pesado y prolongado
silencio.
Si bien el poeta va a quedar en la
historia patria por aquel hermoso y repetido poema de La Compañera
su escritura ha ido experimentando un desarrollo vital hacia lo
esencial de la poesía, la comunicación secreta entre escritor y
receptor. Pero es ese camino, justamente, el cual se ignora en el
país. Desde ya, el joven rebelde al grupo nerudiano había buscado
otra forma de expresión en El viento de los reinos, basado en su
experiencia en China, y en Epifanías. Viajó a China a trabajar, en
1962, invitado por el pintor José Venturelli. Una puerta se abre
para él. Tuve como el sombrío desperezo, como la sensación de
despertar, ya muy tarde, de un largo sueño; de haber estado ahí, en
alguna edad; de alcanzar con fatiga a otro que me esperaba en Peihai;
de batallar con él para entrar en un solo cuerpo, que era el mío y
que, por un instante, no tenía nombre, cuenta en Arte de vida.
El medido cantor, el trovador que era,
no vacila en exhalar hasta lo último de su aliento con toda la
fuerza de su caja toráxica: Estoy afuera de una casa silenciosa/ con
mi corazón dormido como sus puertas/ con miedo de tocar el aldabón,
con miedo/ de despertar en el fondo de un pozo/ como en las noches de
invierno las bestias del mar (de Epifanías).
Ese es el Barquero recordado en esta
orilla. Ahora, un cuarto de siglo después, se instala en La mesa de
la tierra y dice, simplemente, con su voz arcana enronquecida por la
experiencia. Bien lo apunta Naín Nómez: “la obra poética de
Barquero parece finalmente decantarse (...) en un equilibrio textual
y temático que se instala en el mundo, como un cuchillo en la mesa,
recuperando los ritos primigenios y la permanencia del hombre en la
naturaleza, sin olvidar el fuego humano”.
Poeta de las vocales de madera
pareciera rehuir del fluir profundo y turbio de la letra u, que tanto
nos gusta a quienes escribimos en este Chile. Releo ese texto
fantástico aprendido en los primeros tiempos: Mi amada está
tejiendo en la ventana/ está tejiendo una inmensa mariposa./ Me mira
en silencio, y yo la miro,/ pensando en el hijo que volará sobre
ella, y aquella vocal apenas se aparece como un suave relámpago en
una imagen que no quisiera alterarse en su instante, en su paz
precariamente definitiva. Es que ésta es su voz; y ella se explica
en su ideolecto -transversal acaso- para no alterar el orden
magnífico de lo trémulo, la situación ideal la cual se nos ha
negado a nosotros, como especie sobre la faz de la tierra.
La madera es seca; pero a la vez es
húmeda. La madera es dura; pero a la vez es frágil; la madera es
una metáfora con la cual se construyen las casas y las mesas y la
leña para el pan, eternas en la memoria de un hombre transitorio,
siempre en viaje de aquí para allá, de esta vida a esta muerte tan
cierta que nos determina, y hacia otra vida nuevamente, pues son
muchos los pasos a dar en esta finitud tan, para nosotros,
permanente. La madera representa el vínculo entre el hombre y la
tierra, la maternal alianza que un su acción positiva formará la
cultura, la suma de signos, símbolos, artefactos y técnicas los
cuales, en su labor de retroalimentación y de constante reciclaje
suman la totalidad de las modificaciones provocadas por la mano del
hombre sobre esta superficie.
Ciertamente Barquero se vincula a lo
lárico en cuanto los símbolos repetidos en sus versos, y a través
de toda su escritura, evocan o inducen a la imaginación -si bien no
en forma directa- a un estado natural de plenitud que ha existido o
podría haber existido. De alguna manera no dicha, lo emparentamos
más a Trakl, con su nostalgia activa y reguladora de las fuerzas
telúricas hacia la síntesis germinal, que al Teillier patriarcal.
Barquero plantea otro camino, un sendero diría él, en este
transitar por la tradición poética del país.
A veces, en esos ecos mistralianos
pareciéramos escarbar algo más allá, algo de Andrés Bello y su
perfecta silva; y otras veces nos encontramos en el idioma de todos,
en un más acá aún de sus propios compañeros de generación.
Por que a este Efraín Barquero que
ahora se nos presenta de pronto con casi la totalidad de su obra, sin
avisar siquiera del regreso, sin permitirnos peinar nuestros cabellos
y alisar el traje para recibirlo en la mesa de todos, le ha dado por
convertir nuestros signos comunes a pesar de todas las connotaciones
y marcas que les hacemos en la espalda, en símbolos, en fenomenales
símbolos que no vayan -¡Por Dios!- a dejar ninguna duda en ninguna
de las múltiples posibilidades de la palabra. Dice madera, dice mesa
y dice pan; y dice también que alguien se puso a cantar/ sin mover
la boca/ como si estuviera lloviendo/ en una región muy lejana. Y
más allá de este juego de sonidos y silencios entrecruzados y
señalados ante el ojo y el oído del lector, existe un segundo
juego, más allá incluso de las referencias culturales y personales,
de verdades ocultas, ignoradas tal vez por el poeta sabe; pero las
cuales intuye o las intuye en el preciso instante cuando convirtió
en letra la idea, que fugaz como la vida misma, detuvo por el momento
definitivo sobre el papel.
Este traspaso crea un sistema
metonímico por el cual Barquero indica el hogar, precisamente el
lar, como un estado existencial auténtico en el cual estas partes,
al ser mencionadas, lo representan. Y la ausencia cronológica y
geográfica lo traslada hacia el territorio del mito. Esto, que creía
haber aportado a la teoría a través de la lectura de Barquero (lo
cual también le agradezco), está bien explicado en la Teoría
Literaria de Wellek y Warren y cualquier estudiante de primer año en
Literatura lo ha sabido mucho antes que los poetas. Lo maravilloso
está, para mí como lector, llegar a tal conocimiento a través de
una simple y gozosa lectura.
Y también lo anota con su gracia
indiscutible y fina el poeta Molina. Nuestro mítico Hemingway,
Eduardo Molina Ventura dice en el prólogo de Arte de Vida, que
Barquero sabe descubrir, en el mero dato biográfico, afinidades
misteriosas, relaciones ocultas, inesperadas coincidencias, que van
tejiendo una trama, donde casi sin percatarse el propio autor, va
urdiéndose, de los hechos, una figura llena de sentido, que religa
fragmentos dispersos, ata cabos, en una insospechada coherencia.
Cuanto hace Molina, al destacar estos caracteres, es afirmar que
Barquero es poeta, pues de aquello se arma y nutre la poesía.
Entonces podemos decir con Naím Nómez
que este Barquero lárico de los primeros tiempos, mantiene un código
secreto con el lector para referirse siempre a esa nacencia que
connota y evoca a través de toda su obra, desde La piedra del pueblo
a La mesa de la tierra , ahora definitivamente establecido, como
principio, en la Antología antregada por LOM el 2000. Allí todos
los elementos propuestos simbolizan el entorno familiar, la mesa
extendida, desde la que fue arrancado tempranamente y añora y
representa como un estado ideal y natural.
En todo autor existe una voluntad de
escribir, de expresarse del modo personal de percibir el mundo.
Barquero intenta atrapar esa forma y lo hace, a lo largo de su obra,
por medio de textos que él presenta, en forma directa o indirecta,
como Arte poética. Estoy lleno de símbolos de carne y hueso,
anuncia ya el poeta a los 23 años de su edad. El viene a escribir
con sus vocales de madera y así se planta ante el auditorio: Mi voz
no está suavizada por alfombras (...) Más bien es la exclamación
ofendida (...) Más bien es una construcción de madera (...) Más
bien es la cacofonía molesta (...) En realidad mis palabras casi
nunca sonríen.
Pero ya en la mediana edad, por el año
de 1970, ha hecho una revisión del camino y en él pesa más la
palabra que la intención de hacer. O, dicho de otra forma, tiene
certeza ya que su tarea en esta tierra es la escritura y la secreta
esperanza de transformar el mundo a través de ella. En Tema 13, al
establecer la palabra como vínculo entre el poeta y el mundo,
declara yo soy con mis órganos un pensamiento incompleto/ lo que
ocurrió mil veces es una forma pura. Explicado esto de forma técnica
podemos afirmar que, en esta época, el poeta sabe ya la diferencia
entre signo y símbolo; se percata, con dolor y aceptación, que no
es el signo el instrumento para crear nuevas cosas, sino el símbolo,
mágico y completo que instaura al poeta como el mago, como el
aprendiz de brujo, como el brujo de la tribu.
Por muchos estudiosos y por
observación, sabemos que el significado del signo no toca siquiera
el objeto nombrado en el mundo exterior y menos aún, podría
generarlo sólo con la voz, con su enunciado. Entre dicho significado
y la realidad hay un río infinito, un río intocado, un río que no
fluye para las manos del hombre. Crear con la palabra, dice Juan (en
el principio fue el Verbo), es labor divina. Y solamente el símbolo,
el logos, podría generar tan maravillosa existencia de la nada
misma. Entonces, entre “lo” simbolizado y la realidad signada por
el símbolo no hay distancia. El símbolo es cuanto dice ser. Por
ello, en esta nostalgia de no ser dioses, en esta nostalgia de no
poder mirar la madre tierra como se mira el lar desde el recuerdo, el
poeta debe permanecer en su condena, en su escritura, hasta el fin de
los días. Triste castigo aquel el de vaticinar. Cuanto le queda es
Robarle a la garza su blancura (...) al río, su primera catástrofe
(...) a la mesa, su cuerpo final.
La que juega en la penumbra contiene
trece versos, con cierta intención de alejandrinos y su particular
manera de acentuación interna. La vieja mujer bien podría ser la
poesía -como casi la totalidad de las figuras femeninas emergidas a
lo largo de la obra de Barquero- la cual extiende al poeta una mano
de invisibles semillas. La sentencia de contener la verdad en la otra
realidad, en la no vista, en el segundo plano de las significaciones,
es bastante clara en este caso. Sobre todo en tanto se basa en la
experiencia, y en la experiencia visual, como un juego de puertas y
ventanas/ y con todos los espejos de las paredes/ como si fueran
retratos de otro tiempo.
Bien podría esta “vieja mujer que
juega en la penumbra” representarse en su acepción masculina como
El idioma de todos. Pues la acción del relatado, en la memoria del
poeta, es casi siempre la misma. El sólo observa y anota, como ya lo
ha anunciado en sus anteriores “Arte poética”: Abrió la puerta
a todas las sombras (...) Elevó la luz sobre su cabeza (...) Saludó
al eterno huésped y saludó la eternidad (...) Y ambos se miraron en
silencio/ sin saber quien es el visitante, quien es el visitado,/ con
esa luz de los que creen en el hombre. Estos versos intercalados,
aparecidos en La mesa de la tierra, confirman su intención de
escritura y constituyen una reflexión antes de la revisión del
camino. Estoy lleno de símbolos de carne y hueso, es cierto; pero
sin saber quien es el visitante, quien es el visitado.
Necesaria ha sido esta Antología.
Entrega una visión completa del poeta y permite su lectura y
desmesura al mismo tiempo. Como la de proponer, en contribución a la
confusión general que toda lectura implica, algunas etapas en esta
mirada retrospectiva: de Piedra Blanca a Lo Gallardo, de la gran
China hasta el Golpe de Estado, la de los libros publicados en dos
décadas de ausencia, transcurrida en Francia principalmente, y
algunos de ellos en Chile en 1992, y su regreso a casa..
La primera transcurre entre La Piedra
del Pueblo y Poemas Infantiles. Es aquí donde Efraín Barquero
establece inicialmente su poética y las palabras se reiteran como un
código que lo acerca y lo separa a la vez de esa tendencia lárica
producida tan allá, afuera de las márgenes de Santiago. La
anotación resulta más que curiosa. Si revisamos la bibliografía
del poeta, salvo las ediciones extranjeras, las demás han sido
publicadas precisamente en la capital.
La segunda etapa va desde El Viento de
los Reinos a la edición de La Compañera y otros Poemas de 1971.
Asciende acá el poeta su discurso a un estado superior de la
existencia, a la conciencia de ser individuo en el cosmos, al tiempo
de establecer dichos símbolos, como bien lo menciona Naím Nómez,
en todas sus categorías de existencia.
Su largo exilio nos aporta El Poema
Negro de Chile, México y Los Bandos de la Junta Militar Chilena
(editado en Cuba). Y, ya como anunciando su regreso y también en
Chile, aparecen en 1992, A Deshora, El Viejo y El Niño y Mujeres de
Oscuro.
Aquí coexisten diversas voces
obligadas tanto por las circunstancias como por su particular visión
y presencia literaria. Para muchos se trata de textos desconocidos y
separados por el doble exilio que afectara tanto al autor como a sus
lectores. De allí la importancia de la Antología que inaugura este
milenio literario.
Hubo que esperar años para volver a
abrazar al poeta y a Elena. Tras recorrer los cerros de Valparaíso
en busca de una casa y visitarlos después en su departamento cercano
a la Plazuela Ecuador, tras recibirlo un día con sus dos sillas de
mimbre al hombro para que los recordáramos partieron de regreso a
Francia. El país le daba vuelta la espalda. Una vez más lo eventual
superaba a lo permanente arrastrándolo a su mayor desilusión. Hasta
que una mañana recibimos una llamada, desde Santiago, para que los
acompañáramos en la recepción del Premio Nacional a Efráin, al
fin, tras ocho años de postergaciones.
Efraín Barquero Jofré recibió el
galardón de manos de la Ministro de Educación, junto a los otros
reconocidos, en el Claustro de la Recoleta Dominicana a mediados de
diciembre de ese año. Ningún medio de comunicación, al menos en
titulares, se hizo cargo de la noticia. Portadas y titulares se
solazaban con negocios tipo Festival de Viña del Mar o la Teletón,
o en cuestiones de la prostituida farándula nacional. Una fotografía
de la señora Presidente de la nación en traje de baño recorría el
mundo, la Ministro de Cultura aparecía cantando rock sobre un
escenario porteño al modo de la misma farsa en el tablado político.
Si un extraterrestre hubiera aterrizado de pronto en estos lares
vería un país «tal para cual», habitado por bárbaros que fuman y
hablan de foot-ball mientras los intelectuales, premiados con las más
altas distinciones en Historia, Artes Musicales, Ciencias Naturales,
Ciencias Aplicadas y Tecnológicas y Literatura se ocultaban en
espera de una mejor oportunidad.
Sin duda el más esperado fue el premio
a Efraín Barquero. Su esposa y él optaron a última hora por venir
a recogerlo impulsados más bien por la necesidad de saludar a sus
pocos amigos en el país. En privado expresó los deseos de volver a
Valparaíso. Y en su discurso -críptico para los poco entendidos- se
retrató como un disgustado por la postergación a que se vio
sometido por la inteligentzia concertacionista y la tontera reinante.
En pocas palabras -indicó- había seguido su tendencia a echarse a
morir para luego con la naturalidad de los hechos, salir de su
refugio cuando la situación tendía a mejorarse. Pero en esos
momentos resultaba inútil escarbar sobre alguna información en
torno a la entrega de los Premios Nacionales 2008. Se comprende,
Chile es así simplemente.
Publicado por
Juan Cameron
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- Efraín Barquero