Amaru
© Amaru
America guarda sus ancestrales secretos en inusuales vasijas, hechas del mas puro e imperecedero barro, vasijas que son la exhuberancia de su naturaleza, el fragor incontenible de los elementos que pueblan desde siempre su inquieto cuerpo, la diversidad inmensurable que llena sus rincones de sorpresas inauditas, y ese acontecer humano que no ha perecido ante la adversidad, ante la injusticia, el engaño y la crueldad.
Cada cierto tiempo, personas con la capacidad de sumergirse en lo mas intimo de la vida, de sentir el palpito profundo de los elementos, el susurro tenue de nuestro pueblo, nos traen ante los sentidos estos secretos, develados con dulce riesgo, con solemne temblor, y podemos reencontrarnos con nuestra identidad incautada por el tráfago y el espejismo del progreso.
Amaru © 2010 El Polillo
Esta vez, Amaru, nos recuerda quienes somos, nos rodea con el fuerte e inconfundible olor de la tierra húmeda, de la vegetación incansable de este Sur lleno de misterios y epifanías, donde difusas las personas y sus mitos se confunden en la niebla y el imaginario es tan real como el impulso de una protesta; porque aquí la magia se resiste, se eleva como un estandarte para preservar lo mas importante de un grupo humano: sus cosmogonías, sus creencias e interpretaciones de la vida, sus mas intensos dolores y sus alegrías colectivas.
Amaru, devota de su continente (no en vano nace en el fin del mundo), con su certero pincel chamánico, nos reinterpreta estos mitos, este imaginario tan fundamental en el que se agita el habitante primigenio y permanece en la voz de los campos, de las islas, de los bosques y desiertos. Su impecable factura, nos lleva por caminos simbólicos, casi surrealistas, donde los personajes tienen sus propias normas de existencia, sus propios espacios siempre compartidos con la naturaleza.
La mujer, casi cita de la misma autora, no busca autorreferencia, sino, lo opuesto, el umbral por donde, desde lo femenino e intimo descender hacia el absoluto de la fertilidad, de la germinación, y por ende a nuestra tierra materna, y es ahí, donde el discurso visual inunda todos los aspectos vitales, se desarrolla inevitable, y se posiciona de nuestra sensibilidad, nos hace parte de una historia que se pierde en algún olvidado cementerio indígena o en el vuelo nervioso de un colibrí y así volvemos a estar en el todo, recuperamos la visión global y la ubicuidad. Aunque sea por un momento, conviviendo con la obra de Amaru nuestra otredad se manifiesta, y sentimos el jubilo de estar vivos y ser sustancialmente diferentes, y en esta singularidad encontrar todo lo necesario que la tierra nos regala y solo es nuestra responsabilidad compartir de manera justa y generosa.
Amaru © 2008 La diableza
Luego, al reencontrarnos con la calle del siglo XXI, el egoísmo y el aislamiento existencial nos cegaran nuevamente, hundiéndonos en el concreto, cortando los hilos del ritual al que Amaru nos integró, dejándonos inconclusos ante alguna fría pantalla, pero sin duda, a la noche, los sueños serán mas intensos y una nueva semilla habitara en nuestros pechos.