La nieta de Wong: una historia de voces silenciadas
La vida, la muerte, el despertar, el silbido del tiempo que se queda atrapado en una ciudad cansada, el silencio de tantos, son algunos de los temas que aborda Ana Rosa Bustamante en su poemario La nieta de Wong, donde nos habla del sufrimiento de tantos que se vieron forzados a cruzar el océano desde China para llegar a América y encontrarse con condiciones inhumanas de trato y de vivienda. Y es el que poemario, que tiene un ritmo acompasado, lento y armonioso, no nos revela más que algunos datos significativos como son las fechas de 1840, 1869, 1877 y 1883, para ubicarnos en la temporalidad en la que se desarrolla este canto contra el olvido.
Así, en la introducción titulada “Por qué los culíes y quiénes fueron”, Yrminia Gloria Erg Menéndez nos sitúa histórica y geográficamente sobre las duras condiciones que tuvieron que padecer los migrantes chinos que fueron esclavizados laboralmente en América y cuyas historias se encuentran confinadas al olvido, más aún que aquellas de los esclavos negros, pues los chinos sufrieron una alienación étnico-cultural, además de económica (Erg Menéndez, p. 7):
En ellos se ensañaron los intereses y sentimientos más reaccionarios de las sociedades de entonces, convirtiéndolos en «la trastienda» del agonizante sistema colonial y sus vestigios. Sufrieron doble alienación: la resultante de la contradicción entre sistemas y la del impacto cultural por el violento tránsito entre dos mundos que no sólo estaban separados por miles de kilómetros de océano, sino sobre todo por miles de años de desarrollo y diferencias civilizatorias. (Erg Menéndez, p. 7)
A estos hombres y mujeres, a estos rostros olvidados y silenciados con el paso de los siglos, es a los que rinde homenaje Ana Rosa de una manera muy especial, pues sin decirnos abiertamente que se refiere a ellos, nos marca con las fechas antes señaladas toda una época de esclavitud laboral y va haciendo referencia, de una manera metafórica, a los padecimientos más terribles a los que fueron sometidos. Sus imágenes, que aluden continuamente a la luna, al pez y al viento, nos recrean un ambiente de pesadez en medio del sufrimiento y la falta de libertad. De ahí que se duela aún más por la tradición que se ha dejado atrás, por los antepasados y los recuerdos de un país que se sabe distante, difícil de recuperar salvo por los recuerdos y el sabor que se mantiene unido a la memoria. Pausada y melancólica, es la poesía de Ana Rosa, llena de símbolos que la vuelven en ocasiones hermética, aunque no impenetrable sino profunda y de una fuerza contenida que se hace escuchar en medio de la noche:
Un bostezo en temporal es una luz en el sol,
es un guijarro en las dunas
un refrán al viento
intentando hablar por ti.
Esa bruma que oscurece,
ahora el aire
destempla en la lira oxidada
que entona cantos fríos
desde el niño que fui
en la florecida casa que dejé
donde el comienzo humilde
se dibuja en la luna creciente
en los partos de mi espíritu
y en los padres de mis padres. (Bustamante, 2012: 2)
En este recorrido, por lo tanto, Ana Rosa nos va desgranando paso a paso los sentimientos más hondos que embargan a un alma que se sabe atrapada en otro espacio al cual hubiera deseado no llegar, o no hacerlo de esa forma, pues los han esclavizado y la luz refleja esos rostros curtidos “por la sal y el sudor nocturno” (Bustamante, 2012: 69). La voz de la poeta se alza entonces en una denuncia a las condiciones deplorables que tuvieron que soportar cientos de culíes que intentan olvidar los pesares y los sufrimientos a los que se les somete. Como en un susurro, la indignación por el maltrato se impregna en las páginas para hacernos ver y sentir la desolación y la desesperanza que termina convirtiéndose en una resignación dolorosa. Y éste es otro de los aciertos del poemario, pues lo más atroz e innombrable se convierte en un canto suave que se deja escuchar como en un compás de olas que van y vienen de lo más adentro para desembocar en la orilla, por ello se puede contemplar el horror de la esclavitud desde la belleza del lenguaje que logra presentar las espaldas sangrantes de los culíes, con un sol apocalíptico que, no obstante, logra salvar a quien está destinado a la muerte:
Abatido ante los gritos
de mando
y papeles blancos,
su espalda derrama sangre
y el grillete hiere el pie,
él habla de sus antepasados
con mansedumbre.
La barbarie es la puesta de sol
en el cerro ocre del apocalipsis
entre banderas blancas
y brazos heridos
entre fantasma adinerados
y el óxido
es hielo
y aroma
que asfixia.
Lo que destruye
salva si vas a morir. (Bustamante, 2012: 58-59)
Por todo ello, la poesía de Ana Rosa está cargada de añoranza, de una melancolía que atraviesa los versos y los convierte en canto del pasado que, desde el presente, recuerda para que el futuro no los vuelva a olvidar. La nieta de Wong es, pues, un canto de rememoración donde aquellos hombres y mujeres, venidos desde el otro lado del mundo, recuperan una voz que había sido silenciada a fuerza de no querer escucharla. Dejemos ahora que nos cuenten sus penas, sus pesares, pero también sus esperanzas e ilusiones que, pese a todo, no sucumbieron al látigo del maltrato. La nieta de Wong, un testimonio de vida que nos ilumina finalmente a mitad de la noche. Muchas gracias, Ana Rosa, por compartirnos esta otra historia.
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