Óscar Hahn da señales de vida
Señales de vida, una antología que reúne textos de ocho de las publicaciones de Óscar Hahn, a partir de Esta Rosa Negra, permite al lector disfrutar de esa serie de recursos de los que hace gala en su maestría. La facilidad de vincular mundos diversos u opuestos a través de los ocultos caminos de la semántica, acaso por meras observaciones al pasar o giros a la manera de sorpresivos descubrimientos, responden a su inusual talento. Editada bajo el sello del Fondo de Cultura Económica de Santiago de Chile en elegante rústica, lleva en portada, como elementos gráficos integradores, una sobreportada y una faja de papel que la complementan. No es una idea original en cuanto a este poeta; similar tratamiento se observa en la Antología Poética del mexicano Homero Aridjis lanzada por este sello en la capital azteca en febrero de 2009.
El tópico de la muerte resulta una constante en Hahn. Teniendo como eje el conocido texto La muerte está sentada a los pies de mi cama, de Arte de Morir, el motivo cruza toda su obra y su oficio, a veces en forma explícita como en Danza de la muerte, La muerte es una buena maestra o Pena de muerte, y otras motivada por la concepción filosófica sobre la fragilidad de la existencia, la barbarie genocida de la que ha sido testigo o, así en el caso de sus libros más recientes, ante la certeza de una vida que por desgracia es finita y que ya nos amenaza con su fin.
En Pena de vida, la producción inmediatamente anterior a esta recopilación, se enfrenta esa inminencia temporal con ciertas cuestiones de existencia no resueltas aún por el autor. El título encierra el concepto de una condena próxima a finalizar la que, sin embargo, no ha sido completa. «He vivido una vida imperfecta/ y mi muerte será/ la suprema imperfección» señala, al describir esta amenaza de tantas logradas maneras. Es el caso de «Un vacío difícil de llenar» en la que aquella es un cartero que inútilmente echa y echa misivas por el buzón de su puerta: «Sólo trato de llenar este vacío/ metiendo por debajo de la puerta/ cartas que nadie leerá/ cuestas que nadie pagará/ esquelas enlutadas/ con mi dirección y mi nombre».
La traslación semántica entre estadios en apariencia distantes y distintos (¡los de la «diferancia»!) resulta un recurso usual en el poeta. Con ya demasiada facilidad, Hahn construye estos puentes para satisfacción de sus lectores. Pero es en los poemas de amor (o en aquellos en los cuales el amor resulta el tema más evidente, mejor dicho) donde este autor consigue los mejores efectos. La educación sentimental y Ocho horas en el cielo resultan los mejores ejemplos. En ambos el poeta consigue vincular los espacios inaccesibles al culminar el poema. Sólo a guisa de muestra, en el segundo de los citados, luego de un vuelo transatlántico cierra con esta magnífica observación: «y me abrazaste por última vez/ para volver a la ciudad/ donde vives con tu esposo/ acá abajo en la tierra»; líneas (aéreas) en las que la ocasional amada habría sido un ser angelical, allá en el paraíso, lejos de este infierno real.
En un abrir y cerrar de ojos, editado hace tres años, es un trabajo aún poco difundido, tal vez por ser muy reciente, tras cuyos versos se advierte la presencia del ciudadano norteamericano o, más bien, del poeta cuyo entorno lo determina y preocupa. Cuestiones como la guerra, la política y los políticos de allá, el río Niágara, o situaciones eventuales, así la tragedia de las torres gemelas, conforman ese inframundo que ha de guiar la mano para describir su propia existencia. Si bien esta presencia del norte existe ya desde hace mucho en su repertorio (recordemos su ya clásico Televidente, de Mal de amor), tal vez sea este libro el más representativo de su obra extranjera. Aunque Óscar Hahn es profundamente nuestro en su escritura.
Ya nos habíamos referido tanto a sus Apariciones profanas como a los demás libros incluidos en la presente antología. De manera que repetiremos solamente algunos breves conceptos. Los temas del transcurso del tiempo como destino y aproximación a la muerte, la ansiada conversión del signo en símbolo y la inversión temporal como solución de ambos se reiteran en éste y los anteriores trabajos. La muerte sigue siendo esa dama que es presencia, amenaza y certeza a la vez y el destino es condición inelubible en su formación y comprensión del mundo. El poeta observa el transcurrir y en esa observación arrastra a su lector por el mismo flujo de Heráclito (observación que desarrolla en extensión el poeta y profesor Mario Galindo, de Valdivia). Siempre el destino cumplirá con su tarea, con su propia tragedia y en silencio.
Señales de vida reúne lo mejor del poeta Oscar Hahn y es un volumen necesario y fundamental para sus lectores. Y también la culminación de una obra que ya merece, como justo reconocimiento, el Premio Nacional de Literatura.
Varios hechos ocurridos en los últimos dos años han puesto en el tapete el nombre de Oscar Hahn. Luego de cerrada la discusión en torno al reciente Premio Nacional de Literatura y a su ausencia notoria en el encuentro “Chilepoesía”, se agrega la aparición de Magias de la escritura, una serie de ensayos de este poeta y maestro, nacido en Iquique en 1938.
Larga sería la lista de desaciertos cometidos, en materia cultural, por el actual régimen de gobierno. A la ocupación del terreno cultural como un espacio político más, se suma la ineficacia y el desconocimiento por parte de los funcionarios encargados de la cuestión a lo largo del país. Hahn es una víctima más, de esta norma de ignorancia y mala voluntad.
Al producirse el golpe de Estado, en 1973, era ya un autor conocido y respetado por sus pares. Había publicado Esta rosa negra y Agua final este último en Lima, por las ediciones de La Rama Florida, que dirigía Javier Sologuren. Es en Agua final donde contribuye con tres textos fundamentales: Visión de Hiroshima, Reencarnación de los carniceros y el logradísimo y fino soneto Gladiolos junto al mar. Un ejemplar de este libro lo obtuve años en la librería de Modesto Parera, cerca de calle Bellavista. Reposaba semi escondido en un cesto de ofertas entre cancioneros, recetas de cocina y otros libros inútiles. Se trataba nada menos que de una primera edición. Lo tomé y sorprendido pregunté al librero:
-¿Cien pesos, don Modesto?
Me miro, y como comerciante respodió:
-Bueno hombre, llévatelo por cuarenta.
La perfección formal mostrada en estos poemas convocaba ya a su nombre entre la lista de los mayores. Este rigor lo mantiene a lo largo de su carrera y, como profesor de Literatura, lo ha destacado en sus numerosas apariciones. Su figura crece, entonces, además del ámbito artístico, en el espacio académico; y, tal como lo sostiene Pedro Lastra, “sus trabajos críticos gozan (en Hispanoamérica y Estados Unidos) de gran prestigio y son consultados y citados a menudo por la novedad de sus descubrimientos y por el poder de irradiación de su escritura”. Esta admiración no sólo se exterioriza en el prólogo de Magias de la escritura. En 1985, Lastra, había publicado, junto a Enrique Lihn Asedios a Hahn, libro que reune varios estudios sobre su poesía. A mayor abundamiento, existen alrededor de diez tesis doctorales en torno a ella.
En 1996 el Fondo de Cultura Económica edita, en Santiago, su Antología virtual, con textos de las publicaciones posteriores al golpe: Arte de morir, Mal de amor, Imágenes nucleares, Estrellas fijas en un cielo blanco y Versos robados. Lleva un prólogo de Jorge Edwards.
Con demostrada ignorancia y admiración, María Carolina Geel se refería por ese entonces a su Arte de Morir: “Suponemos que Oscar Hahn escribe poesía hace más de 10 años. Sin embargo, es éste su primer libro, habiendo publicado antes sólo en revistas o grupos. Esta parquedad, que lo realza por cierto, le ha permitido ejercer en su obra aquella famosa contrainte (exigencia) de Gide sobre la creación, el ardiente y casi duro trabajo para una legítima y muy nueva estética de la forma” (El Mercurio, Santiago, domingo 16 de diciembre de 1979).
Los grandes temas de Hahn, el amor y la muerte, se ven menoscabados su gran motivo, la escritura, la forma de representar lo ontológico sobre el papel con una estética particular y total independencia de las modas literarias. De hecho, con el auge de la teoría literaria que los usuarios menores han llevado al paroxismo, se ha desatado un verdadero culto a la oscuridad y un pánico feroz a toda luz. Y Hahn es pura claridad.
En Estrellas fijas sobre un cielo blanco juega con la forma del soneto y retorna a sus ya clásicas preocupaciones. El humor y la ironía se sobreponen a cualquier asomo de autocompasión por la derrota humana del poeta. Y al no poder bifurcarse de cuerpo o de oficio, opta por el alejamiento desde la escritura. Versos robados se refiere al motivo inicial o “inspiración”. Ya sea el Apocalipsis de Juan de Patmos, Pound, Rulfo o la relectura de su experiencia u obra, ésta aparece ahora como una nueva versión de lo ya dicho en la historia. Y, en Magias de la escritura, al menos pare cerrar este ciclo, el poeta iquiqueño nos prueba la belleza de escribir como opción estética, comunicativa y engrandecedora del espíritu humano al mismo tiempo. No está lejos, Oscar Hahn, de ese joven maestro que conociéramos, hace ya treinta años, en un encuentro de poesía durante la época de la Unidad Popular. De ese joven maestro que con total desparpajo y como si fuera lo más natural del mundo, se llevó a una hermosa morena ante nuestra mirada atónica; lo único que nos quedó, a mí y otro infame fracasado seductor, en la mesa del café universitario.
Publicado por
Juan Cameron
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