A. Bresky
Con su obra inaugural, Semáfora primera, A. Bresky cierra un ciclo colectivo y establece los límites de su discurso: distanciamiento del hablante, desarrollo formal y construcción de una poesía más cercana a los sentidos que a la mera elucubración intelectual propia del idealismo. Le continúa Estancias seguido de Fragmentos de El río.
Allí, el descubrimiento de la realidad permite viajar hacia el profundo significado de la palabra y comprender que ese mundo es sólo un reflejo de lo verdadero. Si la analogía absoluta - nos advierte - fuera el desempate para los términos del mundo, su curso dilucidado agitaría hasta el total de las palabras desplegadas su medida en la memoria. // Pero la ingenuidad arma su trampa. Nada en la palabra, la sombra apenas de la implacable realidad, habrá de ser absoluto o certero (“la palabra perro no muerde” cita más adelante en su obra). Y el título, una trampa semántica, se integra en ese oxímoron donde yace el estar y fluir al mismo tiempo.
En La señorita sobreviviente concede mayor importancia al discurso, la respiración y el ritmo. Hay algo especial en esta obra. La persona y la transpersona de la señorita libérrima, según apunta Gonzalo Rojas en una carta de 1987, intentan la reconstrucción de una imagen perdida a través de lo fragmentario. Esta nueva puesta en escena de la imagen diluida por la historia y forzada por el recuerdo, llama la atención a varios críticos nacionales. No sólo el tejido conceptual cobra vigencia, sino que -a la manera de Martínez- integra al paratexto otros elementos, algunos iconográficos que reclaman también su porción de significado. La profesora Carmen Foxley precisa la idea: El propósito de un trabajo como éste -dice- es una renovación de las modalidades de percepción y una sensibilización frente a las potencialidades y riquezas del proceso de creación (Revista de Literatura Nº30, 1987).
Siete años después se le edita Persistencia de Ud. La receptora del mensaje -metáfora a la vez de un lector/lectora indeterminado en el mundo cultural- pareciera continuar en ese presente perpetuo, gerundiado por el recuerdo y la desmemoria. Para Iván Carrasco, de la Universidad Austral, esta labor constituye un confuso anhelo de darle corporalidad y consistencia a esta entidad femenina o, por otro lado se pregunta, acaso una serie de ejercicios de teoría literaria, en que la reciprocidad necesaria entre autor y lector, entre habitante y destinatario de su discurso en el propio discurso, apareciere ejemplificada una y otra vez.
Pero es en El hilo negro donde Bresky se vincula con su puerto natal. En este texto yace un diálogo de opiniones bastante precisas y duras respecto a sus mitos ciudadanos, su representación ante el mundo y su poesía. En él repite la idea de que el mundo verdadero persiste al otro lado del espejo, donde el sentido humano podrá actuar si se esmera en trabajar al unísono, en pensar con tesón en la posible lectura de la imagen.
Si la poesía de Bresky a veces parece demasiado hermética o culta, es porque en verdad habita en el lenguaje de todos, en aquel donde las significaciones florecen con sólo fijar la atención.
Adolfo de Nordenflycht es, además, un prestigioso académico y un reconocido profesor de la Universidad Católica de esta ciudad. Su presencia persiste en la poesía porteña, en sus actos, presentaciones y lecturas públicas Y, como cita un periodista local, está en contacto permanente con la juventud. Juventud inquieta, estudiantes y escritores. Como estar habitualmente en el ojo de la tormenta. En tanto académico, explora aquellos sectores del lenguaje que cobran importancia en la tradición literaria a partir de los sesenta.
Dentro de la gran poesía moderna del Siglo XX, cuyo precursor más obvio es -para muchos- Apollinaire, el autor se adscribe a toda una escuela de seguidores de Mallarmè. Estos se encaminan por los campos de significación para retrotraer el término a un mayor sentido fónico, semántico, etimológico o simplemente onomatopéyico y, de tal modo, llegar a la imaginación más pura y libre del receptor: La palabra debe o deba lo mismo./ El leprosario obliga la enumeración, muerde hilachas/ la descendente, resortes vencidos/ las mandíbulas del destripado, dice Bresky en La señorita sobreviviente. Tal oposición cumple un simple rol de categorías y no es del todo maniqueista.
Hacia fines de 1997 tuve el honor de presentar su más reciente producción, El hilo negro, en la Sala El Farol, de la Universidad de Valparaíso. Mantengo hoy mi lectura de aquel hermoso trabajo, aunque después supe que la verdadera clave, dicho por el mismo poeta era la de “más viejo que el hilo negro”.
En ella intenté una interpretación a la altura del profesor de marras, la cual he debido sostener a pesar de los embates teóricos. Y ésta es el paralelismo entre un Valparaíso caótico, semblanza de la oscuridad y dominio de la incultura, con el Mito de Cnossos. Es claro, entre Cnossos y Gnosis, conocimiento, hay un solo paso, o fonema más bien, para quien quiere ver su lar como centro del mundo a imagen -solamente- de la porfiada realidad. Para Ennio Moltedo, quien se refiere al trabajo en la contratapa del libro, nos aclara: En estas páginas el poeta A. Bresky enhebra la historia de un recorrido distinto por la ciudad, enumeración y síntesis de nuestro mestizaje cultural porteño: entorno, trabajo, pobreza, visiones.
Si el autor ha querido ser críptico, al menos en su reciente entrega, logra no ser comprendido por quienes él mismo refiere como víctimas de su discurso. Es, sobre todo, un discurso moral contra la contracultura y la pequeñez intelectual. Muchas son las advertencias y referencias a los falsos profetas de las letras: estos signos/ sólo una vez son inmunes/ revientan luego chorrean su materia/ equivocan las lecturas y a pie forzado/ cruzas tú la lejanísima existencia hasta la página, dice en el comienzo. Y luego: asegúrate de su evidencia paso a paso/ vente al lozadal en que las olas/ habrá de suponerse/ no desdoblan no significan no marean. Si las olas, u oleadas de “inspiración” no marean, para qué carajos sirven; está claro.
En El hilo negro cada personaje tiene un rol determinado. El héroe ingresa al laberinto -el palacio sin límites, el caos- donde el monstruo reside. El hilo mide, establece una comunicación entre principio y fin. El caos, en cambio, no tiene medida. El monstruo existe en la impunidad de su desmesura. Al medírsele, al aplicársele la regla de todos, desaparece, deja de ser, se extingue. La historia está llena de ejemplos.
En su reedición del mito, Valparaíso es el laberinto. La “socia”, entiéndase Ariadna, entrega el hilo al “loco” (el poeta, Teseo) para ubicarse en su camino y regreso hasta el sitio del Minotauro, símbolo del caos cultural en vigencia.
Esta aparente oscuridad no es otra sino la red semántica sobre la cual el autor teje su historia. Y el texto, que es el lugar en sí, se sirve a la vez de base a sí mismo. En otras palabras, en el ámbito estético, el contenido no es sino un mero pretexto para poetizar sobre el silencio. Residente en el país durante estas últimas décadas, el poeta ha aprendido a decir callando. Ya a partir de Persistencia de Usted, Bresky establece su discurso en nuestra poesía. No tendrá demasiados lectores; no necesita tantos.
A. Bresky (Adolfo de Nordenflycht Bresky) nació en Valparaíso, en 1947. Académico de la Universidad Católica, ha publicado Semáfora Primera (1972), Estancias seguido de fragmentos de El Río (1980), La señorita sobreviviente (1987), Persistencia de Usted (1994). El hilo negro (1997) y Las elegías inútiles (2002). En 1972 edita Odas junto a Godofredo Iommi Marini, Virgilio Rodríguez y Leonidas Emilfork.
Publicado por
Juan Cameron
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