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Correspondencia con Gitano Rodríguez

Alguna vez pensando en el poeta tucumano Mario Romero escribí un título parecido a «entre las cartas de los amigos muertos». Seguramente como ahora releía con cierta emoción aquellas notas ya consumidas por la modernidad que los poetas solíamos enviarnos a través de las oficinas de correos. Conservo algunas; conservo varias, mejor dicho, y entre ellas esas magníficas piezas del arte de la correspondencia que tan bien ejercía Osvaldo Rodríguez, el Gitano.

Siete son las notas sobre mi escritorio La primera está fechada en París, el 13 de junio de 1973 y la última en Göttingen, el 21 de noviembre de 1984. Tras mi partida a Suecia no volví a verlo sino una vez en Valparaíso –lo relato en mi libro Beethoven, el yogurt y nuestros años felices- la tarde anterior de mi regreso a la vieja Svea. Cuatro de las cartas fueron despachadas desde la capital francesa, una de ellas contenía el ejemplar de Diario del doble exilio, editado en Praga, en 1975, dos desde Göttingen y una desde Rostock, en la anterior República Democrática Alemana.

La carta de junio corresponde a la publicación de su primer poemario. En ella el poeta se refiere a ciertos puntos que, de seguro, le he hecho en una misiva anterior; y me agradece, pues se trataba del primer comentario de un congénere sobre su libro. «Coincido contigo –me expresa Rodríguez- en la diferencia en lo que presenté en Federación y lo que aparece en el libro. En realidad el libro que compartió el premio junto al tuyo en la FECH, fué obligadamente un libro sin unidad y eso es porque cuando lo estaba por enviar, me dí cuanta de que una de las cláusulas del concurso establecía que no podía pasarse de cien versos».

Nos hicimos amigos durante la Unidad Popular (copio este párrafo de mi nota en el libro Beethoven, el yogurt y nuestros años felices) y en varias oportunidades compartimos escenario. Tiempo después, en 1971, llegó a Valparaíso Martín Micharvegas Ese mismo verano terminaba yo mi práctica profesional en la Sección Habitacional del Colegio de Abogados y una tarde bajé a servirme un café a un local ubicado a los pies del edificio, frente al Instituto Chileno Francés. Poni compartía allí en una mesa con uno de sus guitarristas, Carlos Carlsen, y una poeta rumana -Ana Giugariú- compañera por entonces de D’Arthuys (*). Me agregué a ellos y mientras charlábamos pasó por allí Osvaldo Rodríguez. Me levanté y fui a buscarlo. El Gitano miró desde la puerta y más interesado en la poeta que en los músicos entró al local. De ese encuentro surgió el primer long-play de Osvaldo, el que incluye varias canciones que Poni ya había grabado en Buenos Aires. Ha llegado aquel famoso tiempo de vivir, es una de ellas; Décadas, es otra. Yo tenía el disco original que Poni me regaló y el que, al partir por primera vez al exilio, dejé en calidad de legado a Juan Luis Martínez.

En noviembre de 1975 me envía una nota desde Rostock, ciudad de la República Democrática Alemana, donde reside: «escribo y trato de contestar punto por punto a tu hermosa y larga carta (como me gustan que tengo desplegada ahora sobre mi mesa de trabajo». Ha recibido otra misiva de Omar Lara y le alegra ver que en todas partes se esté haciendo algo, aunque sea a golpes. Entre las buenas nuevas ha encontrado a Sergio Macías por esos lares, aunque lamenta que Gonzalo (Rojas) haya partido de Alemania: «fue una enorme ayuda y apoyo mientras estuvo. Leyó con infinita paciencia mis escritos, me aconsejó mucho, creo haber adelantado algo después de él». Y lamenta, también, el no haberse fundado aún una revista como aquellas de Neruda en favor de la derrotada España. Más que una dirección política el poeta extraña una dirección cultural.

Me cuenta que su otra gran poesía es Vera, su mujer, con quien emprendieron la traducción al checo. «es como haber encontrado el espejo que me hacía falta, ya la conocerá y comprenderás, era una cosa que yo buscaba desde entonces, desde más atrás de Valdivia y parece que tú entonces no lo sabías, verdad?» Gitano se refiere a la ruptura con Chantal y a su eterna búsqueda de amor. Pero yo en verdad conocía toda la historia. Estado de emergencia había dado cuenta de aquella («No me olvides, recuerda esa mañana en la Plaza con Ignacio// y cuando tengas un hijo,/ aunque no sea mío/ llámalo por mi nombre en tu homenaje») y en el encuentro Ocho Años de Trilce se le aprecia muy cerca de Patricia Agüero; «esa muchacha de rostro limpio a quien yo asediaba por esos días en la ciudad de Omar», describe. Y mientras permanece recluido en Ezeiza -Rodríguez viajaba hacia Chile cuando lo sorprende el golpe en Buenos Aires- escribe un largo poema de queja y desamor al que titula Valdivia; y tal vez sólo por el buen recuerdo lo dedica a la dama valdiviana. Poco después, al anunciarse su Diario del doble exilio (donde se publicará este poema) un director de teatro dramatiza la historia del trovador; y no encontrando mejor nombre bautiza a la protagonista como Patricia. En su nota comenta: «lo que viene a ser un castigo para aquella que tanto me maltrató y un breve homenaje a otra que me dió tres días de dorada ilusión sobre la Isla y en las jornadas Valdivianas» (las mayúsculas son originales).

Reviso el poema y no encuentro alguna huella de ese amor perdido, a no ser su marcado aire de nostalgia. En verdad el poeta nos habla de esa Patricia quien jamás podrá enterarse del texto: «nunca podré contarle a Patricia ese homenaje pues no tengo idea donde escribirle, pero acaso un día llegará, quien sabe». En el poema Valdivia el enamorado ha extraviado la dirección: «y ahora es imposible/ porque el papel aquel se me perdió una tarde/ en que las soledades entraron a mi casa/ vestidos de uniforme y quemaron mis cosas».

Los primeros días de enero del 76, Gitano despacha una nueva carta desde París. La comienza a escribir pocos días antes de las fiestas mientras intenta ubicarse en ese país. «Estoy instalado en casa de amigos con un escritorio de juguete, una maquinita de escribir, algo de trago y una tristeza del carajo porque mi mujer no ha llegado y tengo por delante la poco amable perspectiva de una Navidad solo». Entre sus aventuras me cuenta del encuentro con el poeta Orlando Jimeno, hoy Jimero Grendi y en la época del colegio, Lautaro, recordado por Rodríguez en «las tardes de fútbol con el señor Gianelli, las tardes de rugby con Willy Pérez y toda la vieja proseción de cosas que el Mackay trae siempre consigo y son el mundo maravilloso de una infancia y adolescencia que quiero tanto». He tratado sin éxito de ubicar al poeta chileno francés a través del posmodermo faceboook y de las páginas virtuales. En ese encuentro Jimeno debe «reconocer su terrible verdad de oldmackayian en el exilio».

Durante mis primeros años en Argentina acostumbraba inventar revistas y publicaciones, simples maquetas sin visos de existencia. Ni el ánimo ni la represión lo habrían permitido. Estos proyectos, tal vez por jugar con la literatura, los enviaba a mis amigos. La correspondencia era por entonces un género muy desarrollado; y Osvaldo, quien resultó ser un maestro en estas artes, critica en esa nota mi exceso de inventiva.

Pero este documento prueba, además, que no alcanzó a cruzarse con mi amigo Waldo antes del golpe de Estado. Después de la reprimenda -atribuyámosla a esa triste Navidad- el poeta me consuela: «De todas maneras tu material se lee y se lee bien y con alegría, me gusta, que quieres que te diga. Me gusta lo de los inventos y los mitos, como aquella prometida aparición del estudio de Alcalde sobre el posible plagio de don Nica, los poemas de Bastías me gustan también, pero creo que debieras tomar un par de lecciones de clandestinaje literario porque no cuesta mucho darse cuenta que Alcalde Patricio, Bastías Waldo y Zamorano Juan Claudio son una misma persona y un mismo Dios». Seguramente Waldo se reirá a carcajadas cuando se entere de aquello; pero Patricio Alcalde, de saberlo, va a reaccioner muy mal; no cabe duda.

Cuenta allí también de un posible libro suyo a editarse con dibujos de Germán Arestizábal; de algunas historietas y textos del Grillo Gustavo Mujica -con quien mantiene una estrecha amistad y espera junto a él fundar las ediciones Valparadiso- y de la aparición en Praga, al fin, de su Diario del doble exilio, con traducciones del poeta checo Suchy. El libro, sin portada (Gitano sabía ya de la represión en Argentina) lo recibo hacia finales de febrero del 76. En la dedicatoria escribe: «A mi compañero Oldmackayan, poeta de Valparaíso, de su compañero casi condiscípulo de Playa Ancha, con todo cariño de porteño-parisino. Paría, Febrero 1976. Osvaldo Rodríguez». Una caricatura de su rostro sella la página.

Pocos días atrás había recibido otra nota de él, también de París, fechada el 19 del mes. Allí narra una sabrosa historia de Grillo Mujica y su gato Luisín Landáez; pero esa le pertenece, o al menos es de Gustavo. Las dos páginas a máquina, en apretada letra y papel celeste tiza, está cargada de nostalgia. Como en un sandwich la dedica a recordar hasta las lágrimas a los viejos camaradas del Colegio Mackay («dónde andará el espíritu de Jaime Shand que se murió una tarde terrible de motonetas corriendo por Unio Norte?». «Herrera -que era buen futbolista- se metió a la escuela naval (será ahora uno de los asesinos, como Yussef?»). Y pregunta por Micharvegas. Al comienzo consulta a manera con humor «aún firmas con una flecha que sube, aún dibujas y escribes hojas panfletarias e inventas personajes y subes de peso y tienes vacaciones con ese poeta titiritero que tanto nombras y a quien no conozco». Para terminar con un promisorio «Venceremos de todas maneras, aunque nos cueste años». Yo me quedé con el «tal vez venceremos» de Pepe Cuevas.

A comienzos de 1977, poco después de cumplir mis 30 años, regresé a Chile. La situación no resultó fácil y, como se esperaba, ninguna puerta se abrió para mí. Anduve en algunas aventuras comerciales, vendí extintores contra incendios y naufragué en el campo con mi mujer de entonces y mis hijos. Derrotado y alcoholizado había tocado fondo. Gracias a un compañero de Leyes conseguí trabajo en una constructora y regresé a la ciudad. Tal vez poe esas razones sumadas al peligro y al ajetreo -la universidad me había comunicado informalmente de mi expulsión- con mantuve correspondencia con el Gitano. Hasta 1984, supongo. O quizá algunas cartas se extraviaron o fue guardada de recuerso por un hijo. Vaya uno a saber.

Tras esos ocho años Osvaldo Rodríguez está en Göttingen, Alemania: «Te escribo al filo de la tarde y antes que cierren el pequeño correo del pequeño pueblo en que vivo». Ha recibido un libro mío a través de Paco, un amigo de Frankfurt, y pregunta por su dirección; para agradecerle. Y habla sobre el encuentro en Rotterdam donde «Grillo Mujica hizo una hermosa y algo disléxica presentación de su Novela Chilena (de Juan Luis Martínez), que causó, claro, asombro entre la nutrida concurrencia». La carta está fechada en otoño del 84; y acompaña un poema, a manera de respuesta con el nombre de Carta a Juan Cameron desde un campo de trigo, el que transcribo:

Aquí no ondea el viento ni nada,

Juan, por estos días

una neblica casi otoñal me toca

y me hace respirar como un fantasma.

Algo como la madrugada, esos años hundido

hacia la cruel altura del parque Alejo Barrios.

Te respondo en esta mañana clara

pensando en estos años

en que era nuestro el viento en viejos eucaliptus,

luego de haber soñado con nuestro Hugo Rivera

en un extraño sueño como un viaje.

Es algo como a costumbre un tanto cruel

que vive en mí desde esos años, algo

como la obstinación rocosa

de aquellas avenidas que no he vuelto a caminar,

aquellas largas pérgolas deshabitadas, aquellos

grandes barcos iluminados como ciudades rumorosas,

aquellas cavernas en la piedra sumergidas

con bancos de madera labrados a cuchillo

con súplicas de amor.

Aquí y en dondequiera que mi esqueleto viaje,

me sigue la costumbre de silbar Valparaíso

o de cantarlo.

Hay acumulación de planos, dibujos, postales,

enormes cartelones con que asombro a los viajeros,

costumbre de lápiz o cuaderno

donde recreo Recreo con sus playas,

el espigón abandonado del muelle de carbón

el molo y sus algas y sus jibias y sus enormes olas

metidas en la bruma de un temporal ajeno:

Vivir mirando el naufragio

de un sueño que desde la altura de Playa Ancha

me ha enseñado los trazos de una casa transparente.

Recuerdo una pileta en el jardín

en donde un ángel de piedra

arrojaba la niebla por la boca.

Los hilos como jarcias y el sonido

de un ascensor pertinaz que jamás se detiene.

En Oslo alguna vez me sorprendió un fantasma

como el del Simpson y allá en Karlovivary alguno más

tembloroso como un velero atado.

En París, claro, en París con su Montmartre,

una ilusión de lujo, pero cruel, como en el Sena,

el viento no salido y al fin en Rostock

donde el hermano mayor de ese bar Roland

lleva el nombre de Cogue.

En bohemia corté la capital en dos mitades

imaginando el mar y en Aurillac dibujé viejas casas

que frente a un río no sabían que mi espejo

las reflejaba allá en Valparaíso.

En Bastía, Córsega, la Citadella me refugió una noche

donde esperá la madrugada desde una alta ventana

entonces, el sol salió desde la isla de Elba

como un atardecer insólito, es decir

como salir del día hacia la noche.

Perdido cierta vez en la meseta castellana

huí de allí hasta llegar a übeda

mágica Venecia disecada en donde el viento

me despeinó los sueños pues frente a mi vivía

el mismo océano de cuero que viviera Neruda.

En Altea con sus campanas de oro

descendía escaleras de mi infancia

que me llevaron hacia un mar sin olas.

Lisboa me recibió sin viento pero sus árboles

«como fantasmas vasallos formaban el atardecer

raros seres direccionales» que se inclinaban

frente a mi propio olvido.

Niza tiene connotaciones nocturnas que te engañan,

un hilo de collares luminosos

puede contra el mejor viajero.

Barcelona con sus colinas me envolvió

con la presencia fina de un Osorio

y Vancho Olguín y sus figuras y Gabriel Brncic

quien me enseñó la música de sus secretas latitudes.

All´en el barrio viejo entre las calles

Santa Eulalia y los Ciegos de la Boquería, cerca

de la Plaza de San Felipe Nevi

está la bicicleta que le enseñara Altet

y no el bar Roland pero su gemelo que se llama Portalón.

Cierta vez un tren nocturno

me despertó en Figueras

y ví el nombre de nuestro inolvidable

amigo escrito en cartelones que partían

hacia adónde Juan? hacia el olvido?

Cómo fue que llegué hasta Volterra?

Allí, en medio de la Toscana donde el viento

no desarma las hojas de los altos cipreces

sino que juega constantemente en el olivo

imitando apenas nuestro viento del sur.

Así, de sur a norte

voy navegando el tiempo desolado

pero no desolado de soledad alguna

sino des olado del mar que me quitaron.

*

La última nota es algo posterior a esta. Está firmada el 21 de noviembre en la misma ciudad alemana. Tras una gira por los Estados Unidos le he informado de la muerte de Marco Antonio Hughes. También lo ha hecho Payo Grondona, «desenfadadamente», cuenta. Me envía un poema de despedimento para el pintor amigo y algunas peticiones: «Por favor averiguame si le llegó una carta mía a los hermanos González de la librería Altazor en la Avenida Libertad. Ocurre que alguien me escribió certificado y la carta no esperó mi vuelta, me temo que sean ellos. Sé que te demoras en responder y que el correo es caro, pero hazme el favor de hacerlo porque nadie más me escribe. Payo sí, pero no está en Viña del Mar. Recibe mi fuerte abrazo y para todos, tu Gitano».

Años después lo ví por última vez en Valparaíso. Fue un abrazo afectuoso, de despedida.

Publicado por Juan Cameron

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Osvaldo Rodríguez Musso

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