La búsqueda del propio camino
Ese maravillarse ante la existencia, esa repentina conciencia de integrar el mundo -a la vez misterioso e inconmensurable- está presente en casi toda la obra de Mario Sampaolesi. Uno de sus mentores, Joaquín Giannuzzi, lo decía así: "Lo que sirvió a mi medida cae en la misma eternidad./ Esta es la única certidumbre que dejo a mis herederos" (véase Elegía para mi vestimenta en Señales de una causa personal). Giannuzzi es directo; Sampaolesi, en cambio, prefiere crear mundos a partir de la escritura; insiste en mostrarlos al lector desde el mismo germen del texto. Una metáfora instalada dentro de otra figuración entregará a su receptor una expresión similar. En La lluvia sin sombra lo manifiesta en forma reiterada: "Hay en esta bruma un reflejo que no me pertenece/ lejos de aquel canto que me llevaba desde la piel hasta la oscuridad" (pág. 7). O, más adelante, "El horizonte era un límite de la especie,/ la línea sobre la que se extendía el miedo,/ el miedo luminoso y rosado del atardecer, del amanecer sin sueños" (pág. 27).
Atilio Jorge Castelpoggi, quien firma el prólogo de El honor es mío, dijo en otra oportunidad que se trata de una "poesía de asombro, de imágenes que llegan a diversas dimensiones de la intuición (...) es un hecho que nace de la fusión de dos o más realidades que originan una nueva; por lo tanto no explican ni comparan un suceso anterior sino que presentan algo que acaba de nacer, al cual se accede por la ruta de lo sensorial, de la inteligencia virgen de la especie y que caracterizan el acto poético del siglo XX".
En El honor es mío, el poeta registra los antecedentes de lo que años después llegará a ser Miniaturas Eróticas. Bien puede hablarse acá de un texto continuo que el autor va entregando en distintos formatos y épocas. Su primer cuadernillo, La imagen y el relato, transcurre en una campiña formada a partir de fragmentos de la provincia de Buenos Aires, de una Francia bucólica o a partir de la fantasmagórica revisión de alguna guerra en ciertas islas inacabadas. Aquella será su provincia de Barataria: "el desorden muestra poco a poco su superficie helada/ su punta de iceberg irrumpe o irrumpía entre el deslizamiento elegantemente submarino de los animales anfibios/ y así, sintiendo el pulso de la catástrofe admito mi sordera". El cuadernillo a continuación, y que bautiza el libro, responde a la misma caminata que entregará en su más reciente poemario, ese andurriar de Apollinaire en Zona (adiós adiós/ sol cuello cortado) de Fayad Jamis en Vagabundo en el alba ("En la ciudad y el corazón arde la misma llama") o al ecuatoriano Jorge Carrera Andrade maravillado a los pies de la Torre de Eiffel ("Te vuelves vegetal a la orilla del tiempo (...) eres la selva máxima del Globo").
En efecto, las Miniaturas eróticas implica una suerte de revelación entregada al poeta a través de un continuo recorrer las calles de la capital francesa. Pero no existe aquí la fuerza fundacional de Wilhelm de Kostrowiski ni la alegría del poeta cubano después de hacer el amor. Más bien Sampaolesi pareciera salir de un bar en la Calle del Gato que Ríe para mirar las gárgolas de Notre Dame al otro lado del Sena, Es de tarde, todo yace en la oscuridad y el poeta recorre su propio plano, la ciudad interior en busca de la palabra, no el signo o clave, sino aquella que alcance con su significación el motivo de su desesperanza vital: "planicies y estacas; remotas dentelladas pasadas bajo la influencia claroscura de su intención de amarla". ¿Qué busca el poeta? Al parecer rehace el camino no porque la vida cobre sino su plazo, sino más bien porque todo fin es necesario para renacer en el deseado encuentro. Con Miniaturas eróticas Sampaolesi cumple con su tradición escritural; solo que esta vez, pleno de experiencia y de recuerdo, textura la imagen a partir de varios planos que él, tanto como su buen lector, siempre comprenderá como unidad.
Mario Sampaolesi nació en Buenos Aires, el 16 de junio de 1955 en Buenos Aires. Entre 1989 y 1991 reside en París. En poesía ha publicado Cielo Primitivo (1981), La Belleza de lo Lejano (1986), La Lluvia sin Sombra (1992), El Honor es Mío (1992), Puntos de Colapso (1999) y Miniaturas eróticas (2003). Tradujo El Cementerio Marino, de Paul Valery (1998) y El monje loco está de regreso, de Ryokan, (1993). Entre las distinciones se destacan: Primer Premio Nuevas Promociones Literarias, de la SADE (1981) Subsidio a la Creación Literaria, Fundación Antorchas (1991), Segundo Premio Fundación Inca (1994), Segundo Premio Fondo Nacional de las Artes (1998) y Beca de Creación del Fondo Nacional de las Artes (2000). En 1987 participa en la Primera Bienal Internacional de Poesía, en Madrid; el año 2002 es invitado a la XII versión del Festival Internacional de Poesía, en Medellín y, recientemente -este 2007- participa en el III Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer Cámara, en Villahermosa, Tabasco, México. Actualmente dirige la revista de literatura Barataria y colabora en numerosas medios culturales de Argentina y el exterior. Ian Taylor tradujo y publicó una selección de textos de Puntos de colapso.
Publicado por
Juan Cameron
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