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Mirada y condena en Tito Valenzuela

La poesía de imagen visual ha marcado con fuerza el desarrollo de la poesía chilena posterior a la generación del 38. Una opción por Apollinaire en lugar de Mallarmé, por figurarlo de alguna manera, se percibe en la mayor parte de las tendencias seguidas desde entonces. Podemos establecer una línea, en los más recientes, que bien podrían integrar desde Enrique Lihn (Teillier y Arteche incorporados) pasando por Oscar Hahn, Manuel Silva Acevedo, Gonzalo Millán y quienes siguen en las promociones posteriores.

Un ejemplo de esta poesía se da en Tito Valenzuela en su segundo libro, Bestiario. Si bien el poeta nació en el norte de Chile, su juventud transcurre en Valparaíso y Viña del Mar. Valenzuela estudia pintura y Diseño Gráfico en la Universidad de Chile, y como profesional se desempeñó en la Editorial Nascimento y en la revista Nueva Atenea, bajo la dirección de Lihn. El golpe de Estado lo sorprende como guionista de Chile Films. Durante diecisiete años, desde 1975 a 1992, reside en Londres, para luego regresar a Santiago.

Esta preferencia del ojo sobre el intelecto está bien señalada por el prologuista de Bestiario, el poeta Sergio Infante: “La mirada, cuya presencia y gestación aparece ya en su primer poema (donde “la luz tatúa una retina incipiente”), puede ser advertida por el lector en todos los otros; de allí el privilegio de las imágenes visuales, de allí la analogía con lo iconográfico encerrada en el título del libro. La mirada es más eficaz que la memoria.

En este punto es preciso destacar que el uso de ciertos tropos, requeridos en su función sintagmática, anulan la posibilidad de poetizar exclusivamente sobre el contenido. Sinécdoque, metonimia, eufonía, acumulación son algunos de ellos,

De allí que la figuración iconográfica, con un fuerte contenido simbólico, entregue al lector las valoraciones del término ya cargadas -semánticamente-, en el simbolizante mismo. La serie halcón, gato, mano, por ejemplo, opuesta a paloma, pájaro, abeja, sindica la categorización maniqueísta planteada por Valenzuela. Y esto queda muy bien anotado por el poeta Infante en el análisis de su trabajo.

En el juego de esas figuras de significación, Valenzuela aplica un interesante sistema de oposiciones. Si tomamos el poema Gatos y pájaros, veremos que existe allí, en el primer verso -Carne entrenada para el vuelo- una proposición la cual encierra “la verdad” asumida como tal. Podría reconocerse como “la libertad”. En cambio, en el segundo verso -Garras os aguardan tras aquel arbusto- se plantea una solución que no es otra, sino el enfrentamiento con la realidad. Realidad que, a la vez, por dialéctica, lleva en sí el germen de su propia destrucción y representa, en cuanto a significado, la presión del medio sobre esa pretendida libertad.

En tal sentido, el recurso de acumulación se puede considerar, también, como un sistema de acumulación múltiple. Por medio de ésta, el poeta anuncia una serie de formulaciones cuyo montaje produce imágenes por su relación intertextual. Anotemos aquí que Valenzuela acentúa el comienzo de cada oración y su ritmo va indicando acentos más débiles o vocales más alargadas hacia el final del verso.

Dice, por ejemplo: que separa su existencia a destiempo/ de la inminente extinción que le espera/ en la fría llovizna del exterior. Las relaciones existencia extinción, existencia exterior y existencia espera, se acumulan y se oponen a la vez en una serie pertinente de sonidos; Hastío y Estío y Retruécano aportan a esta afirmación.

Tito Valenzuela es un poeta de la época, Su acercamiento a la forma, la poesía visual y la marca del exilio así lo determinan. El desaliento de este tiempo decadente y procaz existe a lo largo de su trabajo. En El pozo de las buenas intenciones, un hermosísimo texto de sesenta y siete versos, el cansancio y desarraigo hacen carne cuanto las ideologías, o más bien los aparatos ideológicos, le niegan. En su destino físico e ideal, el poeta pide un poco de consideración; que alguien, no importa quien, lo salve de la hecatombe. Salven cuanto quieran, dice Pero sáquenme de aquí./ Sáquenme de aquí./ Sáquenme de este pozo de las buenas intenciones.

Autorretrato en espejo convexo

¿Cuál es la imagen observada en la superficie de un espejo convexo? Si éste fuera un libro y el lector lo leyera de pie vería como los significados explotan uno a uno desde la página y sus deformadas palabras. Valenzuela logra este efecto con el simple recurso de la ironía y un muy delgado humor escondido entre sus líneas. Al más serio lector, a ratos le parece estar frente a un texto iniciático donde los códigos, bien prensados en sus símbolos y referencias culturales, emergen como una -también muy seria- unidad de interpretación.

Desde ya el título de este libro -el más reciente del autor- encierra dos conceptos de suyo recurridos en las arenas de lo críptico. Por un lado, la rosa, simbolizante del amor y el sacrificio al mismo tiempo, contiene los cuatro puntos cardinales en el sentido de la cruz y, en su centro, el corazón, el lugar donde se ubica el hombre. Este quinto elemento señala el uno mismo y la proyección numérica hacia otro estado superior. Por otro lado, el adjetivo “roedora” bien puede señalar al tiempo, que todo lo convierte en escombros y pura memoria y pura nostalgia de cuanto fue.

Sin embargo resulta difícil “creerle” a Tito Valenzuela alguna aventura en los territorios místicos. Desde ya, el amplio conocimiento que denota su escritura -latín, la Biblia y toda la poesía- se opone con su existencia pasajera y una conveniente actitud de derrota frente a los acontecimientos mundanos. No se puede contra lo que no se puede, reza en este campo el epígrafe de su primer texto. Se trata de un adagio maya rescatado de alguna pirámide profanada y no muestra, con él alguna condición sacerdotal de la que por cierto, carece.

Con todo, el montaje de ambos términos puede entenderse como la ansiedad provocada por ese tiempo ya ido y los hechos devorados por su transcurrir. La Memoria es hueso duro de roer,/ Pues es Ella, la Rosa Roedora,/ Quien al fin de cuentas/ Le pinta la cara/ Tanto al recuerdo/ Como al olvido, aclara el poeta.

Su discurso apunta en forma bastante directa a este transcurrir. El individuo se torna en un animal destinado a desaparecer y Al fondo del abstracto fondo,/ No queda más que aceptar/ Que cualquier vida inicia o continúa/ otro proceso en extinción. Su propio autorretrato, el cual bien podría ser su Ars Poética, no es más generoso: Y heme aquí,/ Cual una alpargata huacha,/ Al fondo de un ropero/ En que se acumulan ropas y sombreros/ De modas desfasadas.

La otra interpretación de la rosa, la más inmediata casi, es la cromática. Pero en este arco virtual tampoco existe la realidad, si no una mera vibración pasajera: Todo color depende/ Del preciso tiempo y espacio/ En que lo registra el ojo dado. Y luego es él un Arlequín disfrazado de jinete que salta desde su caja de Pandora: me despierto sudando el alma en blanco y negro,/ Y en la ausencia de los colores/ Hay tal paz que sería imposible/ Recrear.

En este juego de grave ironía aclara, al comenzar la segunda parte del libro, que nunca segundas partes fueron buenas. Es más, el acto más insignificante puede cambiar el destino de cualquiera -y de todos- por el simple efecto mariposa: El viento intenta en el ala del pelícano/ Cambiar de norte la suerte del cardumen. El pelícano acá, voluntaria o casualmente, representa la nobleza intrínseca perteneciente al poeta; y se opone a la figura del necio representada por la gaviota en la jerga de los hombres de la orilla. El texto La inmortalidad del cangrejo, es decir lo carente de importancia, señala bien la significación que el poeta le da a su propia lucubración frente a los problemas del entorno.

No es difícil adentrarse en la buena o mala voluntad del poeta frente a cuestiones tan serias como las ontológicas. Valenzuela, pertenece a esa suerte de sesentaiochistas que todo lo perdieron y todo lo encontraron en su derrota. No son ajenos a él, por tanto, los signos proporcionados por Yoko Ono, Juan Luis Martínez, Claudio Bertoni o Eduardo Parra, en la búsqueda del camino imposible, mucho antes del triunfo de la Unidad Popular y justo con la matanza de la Plaza de las Tres Américas (¡qué señal, carajo!), cuando aún no sabíamos si iban a recibirnos los buenos tiempos de la liberación o los -ya ahora conocidos- del oscurantismo.

Los textos de Valenzuela refrescan la memoria y reafirman nuestra secreta convicción de haber estado, alguna vez, en lo cierto. Por tal razón resulta acertada la ilustración de la portada: el Autorretrato en espejo convexo, hecho en 1524 (¡a los veintiún años de edad!) por Francesco Mazzolla, El Parmigianino.

Resumen de biografía

Tito Valenzuela nació en Tocopilla, en 1945. Reside en Viña del Mar. Ha publicado Manual de Sabotaje (1969), Daduic (video, 1984), Bestiario (1993), El patio grande (1997) y La rosa roedora (2001).

Publicado por Juan Cameron

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