Omar Lara entre los mayores
Omar Lara resulta un hito ineludible en el discurso de la poesía chilena contemporánea. A su obstinada calidad, que lo ha destacado más allá de las modas literarias y los nombres promocionados por la publicidad y la propaganda, se une una magnífica labor de difusión y un afecto que lo vincula a la gran poesía del idioma. Natural de Nueva Imperial y actualmente penquista, Omar tiene dirige su librería y casa editorial en aquella sureña capital del país.
Ya ni te pido que descanses, pequeñísima /impostergable mujer mía, dice uno de sus más hermosos poemas de amor. El texto , Jugada maestra, se publicó en libro por vez primera en Los buenos días. Tras varias décadas, volvemos a leerlo en un cuadernillo que toma el título de aquella pieza de orfebrería tanta veces repetida y recitada. Jugada maestra, una selección de treinta poemas de amor apareció bajo el sello de Ediciones Etcétera dirigida por el poeta Tulio Mendoza Belio. De no ser por el fuerte centralismo estético en nuestro país, no podríamos comprender esta humilde edición, pues hablamos de un cuadernillo impreso en doscientos ejemplares cuyo autor es un artista de categoría. De igual modo, abandonados de toda pasión, podemos afirmar que Lara, junto a Hahn, Waldo Rojas y Silva Acevedo, conforman el haz de poetas con mayores méritos para el Premio Nacional de Literatura.
A esa obra reconocida por su calidad, se suma un extenso trabajo de difusión cultural, vigente hasta hoy a través de Trilce, una revista de poesía, creación y reflexión, que Lara dirige y publica con su propio esfuerzo.
Trilce fue la principal gestión grupal de la Promoción Universitaria del 65. Como medio, y con mayor incidencia y trascendencia que Arúspice en Concepción y Tebaida en Arica, difundió desde Valdivia las más altas expresiones líricas y organizó encuentros avalados con la presencia de Gonzalo Rojas, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Alberto Rubio, Efraín Barquero y otros consagrados escritores de esa época. Lara ha sido un ciudadano fiel a la poesía, un creador silencioso y certero cuya trayectoria cobra singular importancia en nuestras letras. Trilce continúa apareciendo, ahora en su tercera época, después de cuatro décadas de su primera edición. Esta labor ha llevado a varios poetas del continente a proponer, en distintas instancias, un reconocimiento mayor hacia su persona. Desde 1964 a 1973 “con medios materiales diversos y a menudo azarosos” dieciséis números de Trilce vieron la luz en Valdivia.
Por otra parte, la organización del llamado Primer Encuentro de la Joven Poesía Chilena, en 1965, marcó un hito importante para definir generacionalmente a este conglomerado respecto de sus antecesores inmediatos. Otro encuentro, los Ocho años de Trilce, en el invierno de 1972, constituía la despedida de una promoción que se habría de dispersar por obra del Golpe de Estado. Quienes concurríamos, lo ignoramos por entonces. Las canciones de Toquinho, Payo Grondona, Gitano Rodríguez y Jorge Aravena Llanca, que animaban las reuniones, giran en la memoria junto a los rostros rejuvenecidos por la lejanía.
Al revisar sus referencias críticas, señalamos las palabras de Luis Oyarzún. Llega a ser a veces maestro en el arte de expresar pasajeros matices de sensaciones, imágenes sugeridas que apenas entrevistas se desvanecen como las escenas de un sueño.. Pues, en la sencillez del texto y la palabra exacta, el concepto acompañado en su poesía cobra belleza y sentido, aun cuando su lenguaje, según dice Luis Iñigo Madrigal, aparece no exuberante sino parco, a menudo epigramático. Pero sin duda, la mejor crítica o elogio habrá de ser la lectura de su viva poesía.
Traductor a la vez, su mayor contribución proviene del rumano, principalmente en textos de Martin Sorescu y Agustin Doinas. Y su propia obra ha sido ampliamente traducida y publicada en el extranjero. Uno de sus más recientes trabajos de creación, La Nueva Frontera, es un texto de madurez en el que se responde a una serie de dudas ontológicas a través de imágenes vinculadas al tiempo y al espacio vividos; y allí postula al amor como única herramienta de la ética.
El libro aporta a manera de prólogo un acabado ensayo del académico Gilberto Triviños. Como bien allí observa, lo que en Omar Lara sorprende y atrae en una primera lectura es la dulzura y la ternura transmitidas al receptor por la selección de las palabras utilizadas. Porque la escritura de Omar Lara se va desarrollando a través de varias etapas y puede, como lo hacen quienes dominan el oficio, versificar de maneras diversas o volver, cuando desee, a formas anteriores en su poesía.
Espacio y tiempo confluyen en estas páginas y traspasan aquellos «pretzels» (saltos espaciales y temporales descubiertos por la física contemporánea) mencionados ha poco por Mario Bojórquez (aunque el poeta mexicano bien pudo tomarlo de los confites que reparten en los aviones). Dice, Lara, «Este rostro que vemos no es el nuestro/ Nos persigue de siempre pero miente» y también «El tiempo no tardó, simplemente no estuvo/ En el momento justo, en el tiempo del tiempo». Todo pasa; o más bien, nos vamos poniendo viejos, quién sabe. Aquí emerge esa cuestión unitaria observada en su obra y que germina desde el campo de la ética. Según ésta el amor, sea ya de pareja, fraternal o de cualquier otra especie, es el único elemento capaz de separar el bien del mal. En La Nueva Frontera se expresa con claridad: «Esa pregunta ciega ese llanto de límite/ Esa mano que busca sin embargo/ esa mano» (en El tiempo ¿dónde estuvo), o «Han tirado las cartas y han dicho de nosotros/ Nueve en el quinto significa/ Seres unidos en la solidaridad» (en Destinos). Y también: «La tierra y sus cráteres secretos/ Como árboles que engullen sentimientos/ y sollozan después» (en Se va como un hueco en el estómago).
Este principio del amor se manifiesta a través de símbolos cuya gramática se vincula al lenguaje de la naturaleza. La palabra designa a un ente -allá afuera, en la realidad- y lo evoca como un caleidoscopio en la imagen del lector. Pero más allá del término en sí, el objeto mismo tiene en la naturaleza una significación (una «simbolización») que el autor intenta leer, descifrar para su propia satisfacción. Luna, niebla, mármol son entidades que vibran para los sentidos de aquel en el mundo exterior: «No es el mar/ No el aroma de eucaliptus (...) No, no, en fin, la vida/ De otra nueva frontera/ Exigiendo sus fervorosos códigos» (en El mar, mañana con eucaliptus).
Poesía de madurez pareciera ser esta, la de La Nueva Frontera. Hay un reencuentro con el tiempo que el poeta nos describe desde varios lugares y circunstancias, pero a partir del único punto posible, su Portocaliu.
Punto importante para la comprensión o revisión de su poesía es la antología Prohibido asomarse al interior, selección que estuvo a cargo de Edson Faúndez, de la Universidad de Concepción. El libro reúne trabajos de nueve libros del autor, algunos inéditos y un texto rescatado de Poesía del Grupo Trilce, edición de 1964 con prólogo de Jaime Concha.
Al retomar el volumen podemos afirmar, ya, que los principales motivos de la poesía lariana aparecen en extenso en Los Papeles de Harek Ayun, obra publicada por la Colección Visor de Poesía y que obtuviera el VII Premio Casa de América de Poesía Americana. Incorporada a la recopilación, este libro de 2007 entrega los tópicos señalados: el amor, el viaje, el tiempo y esa inasible vida tan breve y hermosa a la vez. Papeles de Harek Ayun reune una treintena de poemas entrelazados como en una bitácora. El poeta ha desarrollado cya un estilo propio y el camino lo sindica en la plenitud de su escritura. En sus versos siempre está presente la duda existencial, que a veces se oculta en la más terrible conciencia: la inutilidad de la poesía como elemento de salvación. Podrá ser útil a él; pero no alcanza para la especie; y menos para una causa: «Eso dije una vez, y en este reencontrarnos/ Con la vida mayor, con el torrente diáfano/ De la fluyente memoria/ Me pregunto otra vez/ La poesía/ Para qué puede servir» (en Ayer, hoy, mañana).
Otro recurso usual en su trabajo es la narración. El lector ingresa a una suerte de relato en el que lo cotidiano reemplaza a la ilusión infantil sobre el mismo mágico escenario. Cualquier situación, por prosaica que ea, se ubica de inmediato en un plano superior por su particular forma sintáctica. «En una ocasión dejé una mano olvidándome/ En el Barrio Chino», dice; y el texto siguiente comienza con la afirmación «Me fui entonces a Portocaliu/ Era una tarde y yo volaba/ Volaba hacia Portocaliu». Ambas proposiciones pueden ser comprobadas en la realidad. Sólo que a nivel semántico, y por un fenómeno de traslación, el lector no determina si la mano olvidada pertenece al autor ni -tampoco- si la realidad de volar es un hecho (puesto que existen los aviones) y si Portocaliu -un más que evidente invento del poeta- yace sobre algún lugar del planeta. Tal presunta inocencia se alimenta también en otra fuente: la permanente sorpresa del autor ante los hechos del mundo. Todo para él resulta novedoso, digno de anotarse y poetizarse: «El asombroso roce de una mano en la calle/ Un gato más allá de la lluvia/ Una voz/ Pájaros/ Bocinazos».
La mujer como sujeto amoroso es una constante. La imagen femenina aparece entre las páginas con un hálito de anonimato y misterio. Un caballero no tiene memoria, parece afirmar. Ya se trate de una niña que peinaba su pelo en Fauresti, de aquella con quien anduvo junto al río Dimbovitza o en la Ópera de Bucarest, las damas carecen de nombre; forman apenas parte de la educación sentimental requerida por el poeta para llegar a estos días. Este silencio es beneficioso y resulta, por lo demás, agradable al oído. Un jurado integrado por José Manuel Caballero Bonald, Luis García Montero, Jesús García Sánchez, Benjamín Prado e Imma Turbau fue el que le concedió el Premio Casa de América de Poesía Americana. Elanterior había recaído en otro conocido nuestro, Óscar Hahn.
Las poesías seleccionadas de Voces de Portocaliu dan cuenta de uno de los mayores trabajos del poeta en esta primera década del siglo. Hay en este libro una fuerte tensión emocional aunque contenida y sobria. La nostalgia por el lugar adquirido es ahora el recuerdo del viaje: «En ese tiempo yo corría detrás de una sombra./ Desde el décimo piso en el barrio de Drumul Taberei/ yo miraba a través de una niebla caliente». Portocaliu resulta un lugar imposible, una tierra prometida para el viajero sin patria; el sitio donde todo habrá de cumplirse. Allí, o camino hacia ese punto, recordará su tierra original, los remos al atardecer en Nueva Imperial: «Cantan los remos en el agua/ besan los remos en el aire/ frenéticos/ sonámbulos/ los remos en la tarde», los mismos remos que Jorge Teillier habría de identificar con la felicidad.
Fuego de Mayo es aparentemente el primer libro publicado por el autor en Chile tras su regreso. Los cuadernos de Atenea, de la Universidad de Concepción, tuvieron el buen gusto de recoger esta obra que de alguna manera anunciaba ya a Voces de Portocaliu. De igual modo Islas flotantes, publicado en Bucarest por la editorial Cartea Romaneasca, da cuenta del fin de su exilio en Rumania al tiempo de presentarse como una profunda revisión de sus días y de sus hechos: «Desde luego/ las razones son tuyas/ y aquí están mis mejillas/ el polvo de mis mejillas/ para que el viento azote/ en tu nombre/ y el mío/ nuestro pobre recuerdo» (en el poema Hijo). Esta revisión no otorga al poeta un saldo positivo; existe un evidente cansancio descrito como un espantapájaros que defiende su alma de los picotazos, para que esta vuelva a ser una dulce pradera de aguas purísimas. Muchas veces las aves en sus versos constituyen amenazas o convierten a los actores en «buitres del recuerdo». Es evidente, aunque no lo manifieste, que para él hubo antaño un tiempo mejor, que el viaje ha sido demasiado largo y ya es hora de retornar: «Hace ya varios años que camino por las tierras/ del Santo Padre/ primero el pesado madero no era en verdad/ un madero pesado/ era una dulce carga en mi espinazo».
Sin embargo el verdadero hito que separa la primera etapa de su poesía con las manifestaciones posteriores es Fugar con juego, publicado en España y el que opera como un puente en su escritura. La fuerte experiencia europea lo ha ido alejando de esa escritura epigramática, asertiva e inteligente tan de Trilce y la Promoción del 65. A la sorpresa inicial el lector encuentra un Lara más reflexivo instalado en el poema sin la premura del lenguaje; porque este se ha alejado o no existe. En un tren yugoslavo, un muy logrado texto, da cuenta de la pérdida de significación de las palabras y por ende del mundo. Este quiebre lo condena a la sordera y lo vuelve hacia sí mismo; «el lenguaje más querido/ es el que nombra tu nombre» anota; y se define como un obstinado viajero, como un pasajero burlón luchando con las palabras; pero burlado por ellas.
Las páginas restantes rescatadas por Faúndez recogen lo más destacable de sus primeros libros; Oh buenas maneras, Los buenos días y Argumento del día, textos de los que tanto se ha hablado y que bien valen el ejercicio el ejercicio de volver a ellos.
Publicado por
J.C.
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