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Un próximo libro de Héctor Rodas

De paraísos y falsos paraísos

Hace ya una década, durante el año 2003, la UNESCO designó a Valparaíso como ciudad Patrimonio de la Humanidad. Para nosotros, los aborígenes de este mítico puerto chileno, no fue aquello motivo de sorpresa ni menos de alegría. Sabíamos –y sabemos- que este lugar ha tenido siempre esa condición magnífica y no necesitamos de un organismo externo ni de ninguna declaración al respecto. Pero, en fin, intereses políticos e inmobiliarios movieron la decisión en tal sentido.

Esta desprotegida bahía –que alguna vez fuera el primer puerto de la nación- fundada en 1536 como un puerto de paso y nunca bautizada realmente, ha sido un punto fundacional por donde entrara, por vez primera, cuantas institución, disciplina o mecánica creciera luego al interior del país. Cuna del foot-ball, de los bomberos, de la televisión, centro laico y ajeno a la católica ciudad de Santiago de Nueva Extremadura, vio crecer a su alero las primeras comunidades protestantes y la Masonería, entre otras linduras poco convenientes al dominio capitalino.

Valparaíso fue primero también en la poesía. Aquí llegó, se instaló, se emborrachó y publicó el gran Rubén Darío. Aquí lanzó Abrojos, en 1887, y Azul, en 1888, texto que inaugurara el Post modernismo en nuestra lengua. De tal modo muchos han sido los poetas, cantantes y trovadores que, embrujados tal vez por esa arquitectura casi imposible cayéndose hacia el mar, han contribuido a ensalzar y engrandecer el mito. Así pues, no fue raro, un mediodía de hace un par de años atrás, encontrarme en pleno centro de esta ciudad, frente al Café del Poeta, a mi amigo Héctor Rodas Andrade. Nos habíamos conocido en la generosa Costa Rica en un magnífico encuentro de poesía, casi al mismo tiempo de la mentada declaración patrimonial. No sabía yo que, como un nuevo Coloso en el Puerto, mi amigo Rodas habría de continuar aumentando aquel mito que nos hace casi imposible declararnos nativos (valparaiseños sería el rarísimo gentilicio, aunque nos decimos porteños) sin una mirada de suspicacia y de sospecha.

Hoy, el pobre y descuidado puerto, ya ni siquiera el primero de la nación, es apenas una postal de la República, imagen de la ciudad que fue, lugar sitiado y ocupado por un discurso extraño, como lo es el designado desde Santiago. Es más, el nombre –originario por cierto de un lugar de la vieja España- no es el apócope –como quisiéramos- de Valle del Paraíso, sino que responde más bien a una antigua voz germana, falsk paradise, que designa precisamente lo contrario: paraíso vano o falso paraíso. Y eso es lo que somos.

Pero como en toda biografía es el amor la única condición que otorga a una ciudad la condición de paraíso. Y es aquí donde el poeta encuentra, en el centro del territorio, sólo el corazón de la amada, solar, lunar y planetario como un racimo de uvas. Entre gaviotas, el mar y el viento habrá de anclar por una breve e intensa estadía, su corazón y el viaje. Para dar cuenta de ello, como único elemento historiográfico y más allá de todo álbum o registro, queda el texto de su diario vivir: “Y todo esto, aunque sólo parezca,/ o intente ser un poema/ es la única certeza que me queda”.

Interesante me resulta –más como lector que como aborigen- la relación entre sentimiento, poesía y espacio vital. Rodas tiene conciencia de estar grabando en dura roca algo más allá de su personal experiencia; un algo expresado en versos pero cuyo sonsonete superará al simple significado. Rodas construye un paraíso donde no existe; pero ya lo es por su propia voluntad y creencia. Y nos dice “Presiento/ que tarde o temprano/ querrás ponerle fin a mis poemas./ Decirles hasta aquí./ Ahuyentarlos de ti lo más lejos posible./ Desearías decirles que se regresen/ por donde llegaron”. Aunque aquella no sepa de esta escritura de la que se enterará, más temprano que tarde, al no hallar su nombre entre los versos. Así el Porfiro que inspira a John Kyats en La víspera de Santa Inés, nadie, sino aquel –y quienes sepan de la oculta ciencia de la poesía- se enterarán de su paso. Paro que, por cierto, registra la poesía y la buena amistad que nos une a los poetas.

Publicado por Juan Cameron

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Héctor Rodas

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