Una revisión de Pedro Lastra
Al revisar la poesía y la ensayística del quillotano Pedro Lastra, ese atrasado pasajero de la Generación del 50, vuelven a aparecer las más señaladas características de su obra: la precisión en el lenguaje, la concentración semántica y un placer que en su lectura se manifiesta muy junto al sentimiento amoroso y a lo más absoluto de la poesía.
Las claves de la poesía de Pedro Lastra, lo habíamos ya manifestado en estas páginas, al comentar su Canción del pasajero (julio de 2002), lo sindican como el otro miembro de la Generación del 50 en Chile, al que integramos posteriormente en esa lista magnífica junto a Enrique Lihn, Jorge Teillier, Efraín Barquero, Armando Uribe Arce, Miguel Arteche y Alberto Rubio Huidobro. Se trata de una escritura concentrada y epigramática, con una gran economía de lenguaje y una peculiar concentración semántica, condiciones que otorgan gracia y fluidez y, al mismo tiempo, un cierto riguroso oficio: «Mi patria es un país extranjero, en el Sur,/ en el que vive una parte de mí/ y sobrevive una imagen./ Hace tiempo, el país fue invadido/ por fuerzas extrañas/ que aún siento venir en las noches/
a poblar otra vez mis pesadillas».
De similar manera, en Leve canción (comentada en junio de 2006), el poeta se muestra fino y preciso en el concepto al destacar la situación descrita por medio de una leve pincelada, En esta edición –decíamos entonces- encontramos como siempre los amorosos versos dedicados a Irene, su musa, esposa, amiga y lectora.
Obras selectas reúne la mejor poesía de Lastra, con un interesante prólogo de Óscar Hahn, junto a variadas notas –ensayos más bien- en torno a la obra de distintos autores de nuestro continente. Como de costumbre su fina poesía rescata el hecho de la escritura y la inútil vanidad que el tiempo hace evidente. Así en el texto Teatro de invierno nos señala: «Asumo una vez más mi papel en estas representaciones invernales/ y soy por un momento el entumecido Catulo/ repitiendo sordamente sus versos/ para información de los romanos/ que no te conocieron como yo». Su certera visión le ha significado el respeto de los mayores exponentes en el género. Gonzalo Rojas, en «Alabanza de Pedro» –citado en la contra portada de Obras selectas- dice: «Lo primero que se me impone cuando lo leo y lo releo es el tono Pedro Lastra, el tono, el verdadero sello de un poeta genuino».
La selección narrativa, bajo el nombre de Itinerarios de la literatura hispanoamericana, reúne catorce ensayos que abarca desde el descubrimiento y la conquista hasta las más modernas y destacadas contribuciones literarias en nuestro continente, como los casos de Carlos Germán Belli y Eugenio Montejo entre otros. En estos textos, como en sus versos, la precisión del trazo y la economía dan muestra de un profundo amor hacia el conocimiento y la palabra. Una pieza de singular belleza es su primer tratado «El encuentro con el nuevo mundo y las incitaciones poéticas de la extrañeza» en cuyo texto se inquiere -sobre el germen de lo nuestro- a los grandes cronistas y cartógrafos que nos precedieron, Bartolomé de las Casas, Bernal Díaz de Castillo, Hernán Pérez de Oliva, Antonio Pigafetta y otros tantos confundidos en la aventura.
A este culto a la palabra, que tanto sindica a Lastra como escritor, le hace un guiño al hablarnos Arreola y su culto por la oralidad. En la redacción lastriana hay un gozoso orador que disfruta los sonidos y el retumbar de los términos. Así, al referirse a su maestro mexicano, señala: «así como Juan José Arreola guardaba en su memoria privilegiada versos y fragmentos de los autores de su admiración, yo suelo ejercitar la mía recordando expresiones suyas que entiendo como cifras aleccionadoras de la conducta de un artista o de un escritor, sean...»
Del mismo modo, al homenajear y recordar a nuestro querido venezolano Eugenio Montejo, no sólo rescata en el la paranomasia evidente, sino también el traspaso de los significantes evidenciando con ello, no sólo el buen profesor que Lastra ha sido, sino también ese ojo de lector e instigador del verso que pertenece al poeta, más allá del saber o del ignorar los nombres de esas técnicas ocultas dominadas desde su propia espontaneidad.
Lastra merece ser leído, más allá del obvio reconocimiento que sin embargo se niega a los mejores, por el placer que su lectura otorga. Y esto alcanza al lector en forma independiente a su formación. Que de tenerla, es de suponer, habrá de gozar como el mismísimo escritor junto a los vasos comunicantes.
Publicado por
Juan Cameron
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