Tolo Nei et la parole
Allá por los 80’s, en los tiempos de la Unión de Escritores Jóvenes y de la Gota Pura, la revista de poesía dirigida por Ramón Díaz Eterovic junto a Leonora Vicuña y Aristóteles España, conocí a Gustavo Adolfo Becerra. Integrábamos la misma generación y fueron -ya lo saben ustedes- tiempos muy difíciles. La última imagen que tenía de él fue la de un ángel salvador que me detiene justo cuando me dirijo a enfrentar una situación insalvable y me recomienda, con la necesaria certeza, irme ya del país. Volví a verlo dieciséis años después, en esa hermosa Costa Rica donde Gustavo ejercía de Agregado Cultural para Centro América, con sede en la Embajada de Chile en Costa Rica. Hasta el momento permanecía inédito y el único texto que yo recordaba era un poema aparecido en el número inicial de La Gota Pura. El año 2003, a pocos meses de habernos abrazado en el II Encuentro Internacional de San José, al cual fui invitado por la Casa de la Poesía, edita Pactos/ hombre sentado junto a la montaña, bajo el sello de la Editorial Costa Rica.
Me permito ahora repetir lo que ya escrito sobre estas páginas:
«El sentido de universalidad impuesto por el pensamiento religioso determina la escritura de Becerra. Religión, por etimología, es la cuestión de todos, una disciplina humana que, para sus adeptos, abarcaría a todas las demás: filosofía, historia, teología, literatura o como quiera llamarse a la aventura humana. Esta idea de totalidad es fundamental en el poeta y se manifiesta en dos claros sentidos. En primer lugar se trataría (en lo teórico) de una poesía hecha por la comunidad, por ese «todos», y por otro lado el poeta utiliza en su escritura el conjunto de disciplinas a su disposición, las que en su mayoría caen en el ámbito de la ciencia» (Liberación, Suecia, 25 de marzo de 2005).
Dos años después, ya de regreso en Chile, el poeta entrega El Libro de las Dispersiones, publicación donde reúne tanto su alegato y su queja por el abuso y la estupidez humana -la estulticia es su mejor definición- como la imagen de lar creador e señero junto a una preocupación, tal vez su mayor motivo como observaremos a continuación en Tolonei, que es la escritura, el hecho de la palabra, ese intento del hombre por convertir el símbolo en signo, por robar el fuego sagrado.
¿Y qué es Tolonei, entonces? Veámoslo. El poeta nos presenta en este libro un manojo de 93 poemas, más tres textos introductorios, en una ordenación contenida también en tres libros. A simple vista el texto se forma con una estructura muy particular en la que sus elementos juegan roles esenciales. Tras el título continúa una cita a manera de lead y luego un texto armado, a la vez, por frases en letras normales y otras en cursivas. No cualesquiera; puede tratarse de versos intercalados a su propia opinión y, al modo gráfico alemán, escribiendo los sustantivos, cuando no otras formas gramaticales, con mayúscula inicial. Al costado exterior de cada página existe una segunda columna equivalente a un tercio de la plana. Allí aparece, también, una segunda cita, la que opera de elemento destacado o relacionado al motivo del poema; y en la parte inferior las notas al pie, las que a su vez participan en el relato en el ensamblaje de las ideas generadas tras la lectura.
Este texto, integrado o montado, acude a todos los posibles lenguajes humanos o a casi todas las disciplinas que el autor -tanto como escritor o como ciudadano- tiene acceso en el lenguaje cotidiano.
Como sabemos a Becerra y reconocemos su profunda convicción religiosa, no es posible sospechar que toda esta arquitectura haya comenzado como una gran carcajada -una burla para descuidados- como lo fue en sus comienzos la obra de Juan Luis Martínez. Más bien pareciera encerrar el intento por acceder semánticamente a la relojería de Dios. Por allí nos dice o recoge: «La literatura es una expresión que los ilusos cuentan en las horas de su reloj».
Por otro lado uno llega a sospechar que el poeta descubrió ¡al fin! la Máquina de Versificar. En cualquier caso todo intento por acorralar esta poética puede resultar inconcluso. A veces, él mismo señala, tales poesías pueden operar así conjuros. Y cita: «Las palabras como organismos vivos procesan e intercambian información. Emiten señales de todo tipo. Redes de comunicación simbólicos y materiales se escriben en la Piel reseca». Tamaño esfuerzo podría superarlo; razón por la cual él mismo establece su propia advertencia: «Ponga Paños fríos a esa locura. Arriesga el Diseño de la Máscara»
Sin embargo son numerosas las claves señaladas a lo largo de este libro. De hecho, personalmente creo hallarme frente a una fenomenal Ars Poética y, por tanto, todo fragmente de lenguaje es, a la vez, una justificación de esa propia escritura. El hombre, después de todo, esta bombardeado de información al punto que esta misma puede conducirnos al otro extremo del silencio. En su poema El mendigo literario escribe: «Padeces del mal de Diógenes y llenas de basura este espacio cósmico. Otros personajes Literarios corrieron peor suerte». «Esta noche seguirás juntando palos secos para hacer fuego amenazando con quemar la Casa del Poema. Tengo cierto dominio sobre el Texto y puedo generar cambios atmosféricos».
En apoyo a esta personal lectura de Tolonei acudo yo también (¿y por qué no?) a las notas a pie de página, Cuéntanos el poeta, en su iluminado transitar por la música, que el gran Sibelius dijo a Mahler «que el arte de la sinfonía se establece a partir de ‘la lógica profunda de crear una conexión entre todos los motivos’». Y en otro punto de esta obra señala: «Otro Programa 2.0. Entro por error al Poema. Modificación del Espacio Movimiento de los Objetos. Proporcionalidad de los cuerpos».
Esto debe ser lo que el poeta llama «el miedo a la huella», el miedo o la inutilidad de ser alguien en la galería de la historia; porque intentar ser «alguien», destacarse en esta tribu de bárbaros, puede en verdad no tener ningún sentido.
A ratos imagino a Gustavo Adolfo Becerra como un niño escarbando entre las hojas de una deslomada Enciclopedia Británica, o en un muchacho de anteojos, no propiamente un cibernauta, sino un argonauta del espacio virtual, al que ingresó para hacer reparaciones semánticas o para acumular –como sostiene- del mismo modo que los encabritados signos de nuestra posmodernidad nos atacan en enjambres por las calles. Y el desde ahí mismo responde: «Entro por convicción y no por Verdad a cualquier Recinto de Equis y Erres, merodeando comida y agua».
Para concluir algo (en el espacio esférico de nuestra existencia, podría yo agregar) Tolonei implica la tarea o encargo de un laico medieval en nuestros días y, al mismo tiempo, la construcción social semántica de la comunidad. O su desenmascaramiento. Porque el poeta acusa; y entre muchas otras, la nota 223 es una luz que ilumina este camino.
Después de todo, como bien afirma Heidegger, citado con unción por Gustavo Adolfo Becerra: «El lenguaje es la casa del ser (...) los pensadores y los poetas son los guardianes de esta morada». Gracias, poeta, por este fenomenal aporte.
Marqueurs
- Gustavo Adolfo Becerra